El cine siempre debe correr riesgos. Estirar un poco más los límites de lo permitido, trabajar sobre temas que no son moneda frecuente dentro y fuera de él y hacerlo de forma poco convencional para demostrar que es un arte, y como tal, debe ser apreciado, aprehendido y sometido a análisis por parte de aquel que lo ve.
Los hermanos Wachowski hicieron una carrera teniendo en cuenta lo anterior tal como lo demuestra la saga “The Matrix”, uno de los hitos generacionales más importantes de las ultimas 2 décadas que difícilmente pueda ser alcanzado y superado, dentro de un tiempo, por alguna otra producción.
Ellos saben que el poderío visual, la música imponente y emotiva y los actores reconocidos son meros accesorios que utilizan como carnada para arrastrar al espectador a la sala y, una vez que lo tienen allí dentro, pueden bombardearlos con ideas que tienen la clara intención de hacerlos reflexionar sobre algo que no tenían en mente.
Con “Cloud Atlas: La red invisible” el objetivo que logran es que uno tome conciencia del peso de nuestra existencia en este mundo y como aquello que hagamos de nuestras vidas repercutirá para siempre en la historia de otras personas, alcanzando limites impensados, inspirando actos heroicos y volviendo a iniciar el circulo de la trascendencia una y otra vez. Infinitamente. Por siempre.
Ayudados por Tom Tykwer (“Corre Lola, corre”, “Perfume”), los Wachowski emergieron vivos de semejante desafío, que consiste en contar dentro de una misma película 6 historias, con suficientemente peso para ser completamente independientes, y entrelazarlas entre sí a través de una serie de concepciones filosóficas y religiosas como la causalidad, reencarnación y el eterno retorno, aunque estas dos últimas sean diametralmente opuestas.
Por si no fuera suficientemente riesgoso llevar adelante tal producción, los tres directores optaron por contar estas historias con los mismos actores de un inmenso elenco compuesto por Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, Hugo Weaving, Jim Sturgess, Doona Bae, Ben Wishaw, Jim Broadbent y James D’Arcy, ofreciéndonos por lo tanto una factura técnica descomunal en materia de maquillaje y vestuario. Una de las más grandes que hayamos visto en el cine en el último tiempo.
Del mismo modo la música de “Cloud Atlas”, compuesta por el trio Reinhold Heil, Johnny Klimek y Tom Twyker, juega un rol clave y fundamental para mantener en pie semejante estructura colosal de narración, la cual demanda constantemente de recursos del séptimo arte que le permitan transmitir de forma intrínseca emoción genuina.
La fotografía (Frank Griebe y John Troll alternando paletas de colores constantemente), los efectos visuales, el montaje y la edición también son pilares que logran hundir al espectador en este agitado mar de ideas sobre la existencia, el destino y la vida humana que deja clara huellas en las arenas cinematográficas como nunca antes habíamos visto.
Quizás esa grandilocuencia, no de lo técnico que se encuentra altamente a la altura de las circunstancias, sino desde la historia y el guión en la que esta se encuentra plasmada le provoca ciertas dificultades a la hora de mantener el ritmo necesario para mantener entretenido al espectador durante los casi 180 minutos que dura semejante epopeya.
Sin embargo no hay que confundir esto último con la calidad de esta película, que pese a su extensa duración y los entendibles quiebres en su ritmo, se consolida plenamente como un ejercicio cinematográfico que se disfruta en su totalidad sin soltar al espectador en ningún momento durante la travesía humana y emotiva que recorre “Cloud Atlas”.
La red invisible existe y es aquella que te mantendrá atrapado a esta película de principio a fin, impulsándote a superar un desafío del séptimo arte como nunca antes habías visto.