Artefacto vacío y pretencioso
Los directores de Matrix y Corre, Lola, corre unieron fuerzas y dieron forma a la adaptación cinematográfica de la monumental obra del inglés David Mitchell. El desafío dura casi tres horas, a través de las cuales los actores dan vida a las seis historias paralelas del libro.
Aclaración necesaria antes de la reseña crítica: no leí la obra original del inglés David Mitchell, sus mil hojas y sus historias paralelas. Otro comentario previo: la saga Matrix de los hermanos Wachowski me pasa por el costado con su mirada sobre la ciencia ficción para advenedizos y fans incondicionales. Lo mismo ocurre con las películas del alemán Tykwer, y la sobrevalorada Corre, Lola, corre a la cabeza.
Aclarados estos puntos va la primera afirmación: no hay films más insufribles que aquellos donde Hollywood, el mainstream europeo y el latinoamericano colonizado deciden pensar en voz alta sobre el mundo, la humanidad, las personas, la vida y la muerte, y el destino que nos corresponde. Desde ese púlpito donde se alecciona y se transmiten enseñanzas de vida, y desde esa matriz pontificadora con palabrerío new age, donde pueden sumarse a otros obispos del celuloide como el mexicano González Iñarritu y el indio M. Night Shyamalan y, por qué no, El árbol de la vida de Terrence Mallick, esta clase de cine, que tiene sus fervorosos adeptos, ha provocado en los últimos años una hinchazón de autosuficiencia e inmerecida importancia que parece no detenerse.
Sin llegar a los indicadores insoportables de sus colegas, el trío de Cloud Atlas se la juega por contar seis historias paralelas, que parecen más en una película de tres horas que parece muchísimo más. En realidad los cineastas revalidan algo que ya estaba establecido en 1918 cuando David Griffith concibiera su monumental Intolerancia, olvidándose por un rato largo (otras tres horas) de su fanatismo por el Ku Klux Klan. Es decir, mover las piezas como en un presente continuo donde se alternan historias que transcurren en el siglo XIX y la esclavitud como tema, más otra de los años '30 con una pareja homosexual, una que ancla en los '70, otra más que transcurre en la actualidad, la previsible futurista que crítica al consumo y, chan chan, el segmento postapocalíptico 500 años más tarde donde se retorna a la época de las cavernas. Sin dinosaurios, por suerte.
Cloud Atlas es grandota, desmesurada, inflada de lecciones sobre el devenir de los tiempos y de la condición humana. Pero esa desmesura jamás puede ocultar el cálculo, la manipulación emotiva, el carácter de lección de vida que vomitan sus tres horas. Por supuesto, desde sus rubros técnicos será irreprochable y en más de una ocasión surge algún minuto o poco más de talento cinematográfico, especialmente, en esas escenas de acción que la saga Matrix articuló hasta el hartazgo. Pero no hay retorno con esta clase de cine, más cerca de un artefacto pseudoliterario-cinematográfico estilo Reader’s Digest que del lenguaje del cine. Ah, los actores: seis papeles hace Tom Hanks, otros tantos Halle Berry, algunos Hugh Grant, Jim Broadbent, Susan Sarandon. Y, entonces, ¿qué pasa con los actores? Nada.