Un filme hecho para deslumbrar
Superproducción de los hermanos Wachowski, compleja y ambiciosa.
Hay películas que deslumbran y otras que están hechas para deslumbrar. Los hermanos Wachowski, Andy y Lana (antes Larry) lograron ambos cometidos en la primera Matrix . Ahora sumaron al alemán Tom Tykwer ( Corre, Lola, corre y El perfume ) y entre los tres se repartieron la dirección de las seis historias que recrea Cloud Atlas: La red invisible , filme mamut en todo su sentido. Es ambicioso, tan grandilocuente como por momentos trivial, espectacular, extenso y agotador.
Basado en el best seller de David Mitchell de 2004, el filme va saltando en el tiempo, también entre continentes, por no decir más, del año 1849 hasta un postapocalíptico 2346. Es un relato visionario, con teorías más o menos profundas de cómo lo que alguien hizo hoy, o ayer, puede modificar el comportamiento y la vida de otra persona mañana, u hoy. O dentro de muchos años. De ahí lo de la red invisible del título.
La idea de que todos estamos conectados, ese enlace, esa comunión, pude resultar más obvia o menos sencilla de interpretar, según cada uno. Pero para comprender las conexiones lógicas entre una y otra historia, no importa la continuidad narrativa. Si en la saga Matrix los distintos estados de la mente se yuxtaponían, aquí directamente la apuesta se multiplica.
Los mismos actores -cerca de una docena, encabezados por Tom Hanks, Halle Berry, Hugh Grant y Jim Broadbent- interpretan diferentes roles en cada una de las seis historias combinadas, en desiguales papeles, que a su vez pertenecen a distintas razas, tienen edades disímiles y hasta pueden cambiar de sexo (efectos del maquillaje: si se quedan al final, antes de los títulos, descubrirán cómo algunos estaban camuflados) y no siempre los que fueron héroes en una resultan igualmente buenos en otras. Salvo Hugo Weaving, que si no hace de elfo para Peter Jackson, por lo general suele ser malvado.
Contar cada una de las tramas -que no son subtramas- no aportaría demasiado. Todas tienen que ver con el sentimiento de liberación, sea para desnudar lo que podría derivar en una hecatombe, o una revolución futurista. Sí: todo es ampuloso.
Donde la película se cae es allí donde los directores, con toda la parafernalia y su imaginería visual, se toman un descanso, muestran la hilacha y parecen advertirle al espectador, adoctrinándolo, “miren que esto es importante”. Por lo demás, las casi tres horas se pasan volando, pero en una sola visión del filme -por su complejidad, sus ya nombrados saltos narrativos, la multiplicidad de personajes encarnados por los mismos actores- por más atención que se preste, quedan muchas cosas sueltas, que al ver la película por segunda vez, se aclaran. Algo.