Mucho… es Poco
¿Es realmente una buena noticia decir que los hermanos Wachowski y Tom Tykwer han regresado al cine con una película con ambiciones y pretensiones, no solamente más grandes que la vida, sino que la historia de la humanidad per sé?
O sea, después de ver lo que los Wachowski terminaron haciendo con ese sobrevalorado experimento de ciencia ficción llamado Matrix o la mediocrísima adaptación de Meteoro, ¿se podría esperan una obra al menos decente de dos directores que venden espejitos de colores hace más de diez años? Admito que su ópera prima, Sin Límites, me sigue resultando interesante y V de Vendetta tenía lo suyo, aunque no haya sido dirigida por ellos. Pero se tratan de obras mucho menos pretenciosas que las mencionadas previamente, por lo menos en el aspecto visual.
Por otro lado, Tom Tykwer tampoco es un director que goza demasiado de mi simpatía. Aunque no soy ni los que defenestran ni elogian demasiado Corre, Lola, Corre ni El Perfume, confieso que me parece un director demasiado industrial, vendedor de video clips modernosos, no de películas.
Entonces si mezclamos a estos tres seres vende humo, con una historia fantasiosa que atraviesa la historia de la humanidad en pos de un discurso moralista, ecológico, discursivo, obvio, cursi con un elenco medianamente interesante, llegamos a Cloud Atlas, seguramente la película más pretenciosamente profética ególatra desde la última obra de Shyamalan.
Y si bien, todo podría suponer que el resultado final es un bodrio tan enorme como sus ambiciones, la sorpresa es que posiblemente haya sido mejor de lo esperado.
El mérito de esto cae irónicamente en Lana y Andy, directores de los segmentos 1879, 2144 y después del invierno – algo así como el prólogo de la próxima película del director de Sexto Sentido – que no gozan demasiado de mi simpatía, pero al menos demuestran que son sólidos narradores. Los tres episodios en cuestión, en primer lugar son los más entretenidos, tienen mayor emoción. El espíritu aventurero y el suspenso clásicos funcionan a la perfección y sin duda son los más sólidos desde la narración (si los ven en forma linean de manera individual caerían en la cuenta), desde el tratamiento visual y desde las actuaciones. Nadie puede negar que a la hora de crear mundos artificiales y diseñar escenas de persecuciones, los Wachowski tienen una imaginación insuperable. El problema es que no logran narrar con imágenes el discurso de los protagonistas. Con menos diálogo y explicaciones y confiando más en el poder de las imágenes, los tres episodios hubiesen quedado mejor, ya sea porque el de 1879 remite un poco a las aventuras exóticas de las películas de los años 40 – algo de Gunga Din, algo Moby Dick – o porque la Nueva Seúl reúne elementos de Blade Runner y El Vengador del Futuro, con el contexto de Cuando el Destino nos Alcance – Soylent Green. La cinefilia es innegable dentro de los Wachowski y acá está bien aprovechada.
Los problemas vienen principalmente con los episodios dirigidos por Tom Tykwer, que terminan siendo mucho más pretenciosos porque intentan ser más “reales” y menos fantasiosos. Desde el absurdo y farsesco relato actual que tiene a un Jim Broadbent como protagonista y funciona solamente a medias, porque el peso narrativo va cayendo hasta llegar a un final insultante, pasando por una historia de amor histórica que también se termina desinflando en los años 30 con la composición de un partitura, para terminar en un policial de espionaje en los 70 protagonizado por Halle Berry. Realmente es el peor de los seis episodios. Falta de humor, falta de suspenso, falta de emoción. Tykwer cada vez se impersonaliza más, y demuestra sus faltas de ideas para armar puestas en escena. Una pena. Ni el homenaje final a Bullit funciona.
Si bien el episodio que sucede en el 2012 goza de una cuota de humor por momentos efectiva que rompe con la solemnidad y el discurso romántico de los otros tres episodios (en realidad, hay que agradecer el talento de Broadbent y Hugo Weaving) el cuento tiene tantos altibajos que no se puede terminar de disfrutar. Algo similar pasa con la historia de amor musical que interpreta Ben Whishaw – actual Q de James Bond, y protagonista de El Perfume – que se termina desencantando por las complejas e innecesarias vueltas de tuerca.
Es irónico, pero en medio de un espectáculo tan frío, industrial, calculado , artificial y efectista es el episodio del 2144, con la talentosa y sumisa Doona Bae, que logra despegarse del resto. No es solamente el impacto de imaginaria audiovisual que resalta, sino también el costado humano, más allá de ser el episodio clave que termina dando sentido a este puzzle de casi tres horas de duración. Quizás sea la calidez de la actriz o la metáfora a lo Wall E, pero el episodio funciona desde todo punto de vista: provoca tensión, es bello, da lugar a una mínima reflexión anti capitalista.
Pero el resultado como producto general es desparejo. Por eso, lo critica por partes. Porque es una obra tan grande que un análisis global termina siendo injusto. Porque el maquillaje está muy logrado en algunos pasajes y obscenamente exagerado en otros, porque algunos actores están muy bien – Broadbent es gran comediante y la versatilidad camaleónica de Weaving es asombrosa – otros no están a la altura de su trayectoria porque los personajes no son profundizados un poco – casos Sarandon o Grant – y otros tienen niveles grotescos con puntos en común con otros personajes que hicieron en el pasado – Sturgess, David o Hanks. Halle Berry es definitivamente la que peor sale parada del elenco.
La ambición no le termina jugando a favor de esta fábula romántica con tintes esperanzadores. El relato no se sostiene, y el juego del montaje, los efectos especiales y el “adivina quien se esconde atrás de la máscara” terminan distrayendo la atención del mensaje final, que es el más viejo de todos: el amor siempre triunfa.
Más allá del apuntado artilugio técnico bien concebido, de algunas interpretaciones aisladas interesantes y un montaje ingenioso inspirado en movimientos externos e internos de los planos y algunas conexiones narrativas en los diálogos o a través de algunos objetos que unen las historias mínimamente, Cloud Atlas es un film decididamente menor de lo que pretende ser, un ejercicio que como todo film coral, queda incompleto a pesar de su duración, una narración fallida que se ve linda. Nada más. Para los Wachowski, es un progreso, para Tykwer es un retroceso… y para el cine de Hollywood, una pérdida millonaria o un riesgo risible.
Con suerte, se llevan un Oscar bajo el brazo…