Filosofía barata y máscaras de goma
Andy y Lana Wachowski (los de Matrix y Meteoro) junto a Tom Tykwer (el de la muy buena Agente Internacional y Corre Lola Corre) se suben en Cloud Atlas: La Red Invisible a una historia de ciencia ficción (en el futuro al menos), de drama, de aventuras, con algo de policial y hasta de comedia, en la búsqueda de una romántica epopeya trascendental, pero en su lugar, la incapacidad para transmitir emoción durante ciento-setenta-y-cinco-minutos y un gigantismo narrativo carente de nervio es la única marca notable que logran alcanzar.
Basado en una novela exitosa de comienzos del 2000, Cloud Atlas: La Red Invisible recorre seis historias en diferentes épocas de la humanidad con una sutil (¿?) vinculación entre ellas. Y en casi todas se hace presente el concepto de "legado" en sus diferentes formatos como ser hijos, libros, composiciones musicales, sacrificios personales, como un medio para trascender a la infalible muerte. Así tenemos en la actualidad a un editor literario a quien las cosas no le van del todo bien, un joven compositor que trata de abrirse camino en los ´30, una clon que trabaja esclavizada en un local de comida rápida en una Neo Seúl del futuro, un hombre que viaja a unas islas en el océano Pacífico para concretar un contrato comercial en el siglo 19, una periodista que investiga el informe secreto de una planta nuclear en los ´70, y por último, en un futuro distante y distópico, a los últimos sobrevivientes de la humanidad en una isla hawaiana donde existen tribus caníbales.
Bueno, este intento de cubrir tiempo y espacio, de lograr una épica inmortal, es burdo y torpe. Lo único increíble es ver tantas historias que nunca nos importan, una inmensa cantidad de personajes se presentan frente a nosotros para resultar insignificantes, sin una pizca de carisma o de empatía. Eso sucede en parte porque esa idea de “red invisible” se representa a través de los mismos actores en diferentes épocas para exhibir una idea de lo cíclico a pura prótesis facial, algo que resulta entre gracioso y grotesco. Así vemos a una actriz coreana como Doona Bae pasando por americana, o Hugo Weaving como un oriental, o a Tom Hanks con dientes postizos. ¿Una broma? Ojalá. Este baile de máscaras y filosofía de plástico por momentos causa vergüenza ajena. Es que si uno ordena estás historias, tan bien editadas en paralelo, descubre que ninguna posee un mínimo de emoción o rebeldía, todas son tan artificiales como esas caras de goma o los fondos desangelados del CGI. Podían contar con tres horas adicionales de metraje pero el mensaje no iba a resultar más lúcido u original. Una película que verbaliza lecciones acerca del arte de vivir, la religión y filosofía, ambicionando ser más grande que la vida a través de un panfleto de superación al módico precio de una entrada de cine, sin pochoclos incluidos.
Esperaba un cierre que al menos justificara la extensión del aburrido metraje, pero no sucedió. A diferencia de Babel de Iñárritu, aquí se troca miserabilismo por alegorías amorosas y metafísicas durante tres horas de historias deslucidas (¡pero eso sí, con buen montaje!) para explicar lo que los Beatles ya decían en la juvenil repetición de tres minutos y medio de All you Need is Love. Se bueno y confía en el karma es lo que esbozan torpemente los Wachowski en está traslación de un best-seller que debe ser tan goma como las máscaras de Hanks y compañía.