Hoy llegó a la pantalla grande “C’mon C’mon: siempre adelante”, un drama con tintes de comedia (y en blanco y negro) protagonizado por el mismísimo Joaquín Phoenix.
Se trata de un creador de contenido digital, Johnny (Phoenix), que graba podcasts, entrevistas, y es una especie de “blogger de radio”. Ante una emergencia, su hermana, debe viajar y le pide cuidar a su hijo Jesse. El locutor accede a pesar de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían visto. Situaciones y dificultades muy cotidianas dan origen a conflictos que la única forma de resolver será sanando y perdonándose entre ellos. El niño ayuda al adulto a sanar traumas generacionales, y ambos aprenden más del mundo juntos, retomando una relación de sobrino-tío dejada de lado hace algunos años.
Esta película es todo lo que tiene que ser, ni más ni menos, y no intenta presumir o ir más alto de lo que se sabe que puede. A pesar de lo simple que parece el guion, la dirección es alucinante. Los actores principales ofrecen una performance y una química entre ellos pocas veces vista, y logran mostrar aquellos aspectos del libreto que solo están en la mente de quien lo escribió. Es una de las ventajas de Mike Mills, guionista y director: cuenta con aclaraciones o ideas en su mente que no encontraría otro.
La decisión de tonalizarla en blanco y negro es entendible, mas no crucial para la sensación de nostalgia que se busca. Resulta interesante, de todas formas, ver toda la película como un recuerdo, donde momentos bellos, ya sea en una gran ciudad o en una playa, cobran un tinte triste por el simple hecho de que se terminan. Por otro lado, asumo que el monocromatismo también viene de la mano de cómo vive todo el protagonista (Phoenix), a través del audio, en donde los sonidos ambientes, dialogos, entrevistas, etcétera, pueden ser grabados, descriptos y escuchados de nuevo para escribir sobre ello, pero no existe información de color, forma o temporalidad. Por eso, toda la estética “atemporal” de la trama, junto con las decisiones sobre la escala de grises, le dan a la pieza audiovisual un jugo adicional que exprimir.
El ritmo de “C’mon C’mon” resulta orgánico y apacible, con momentos de tensión y relajación suficientes, y acompaña al espectador, dándole tiempo a recuperarse de sus propias reacciones, y por esto es que la cinta es un encuentro no solo con las temáticas tratadas, ya sea la niñez, trauma, peleas, familia, amor, desacuerdos, sino también un reencuentro con uno mismo. Verla en el cine es una experiencia hermosa debido a la oscuridad en que uno se ve sumido: casi que se siente flotar dentro de la pantalla junto a los personajes.
Disfruté sobremanera este film, las actuaciones son increíbles, y a excepción de algunos momentos lentos que son un poquito forzados, no hay argumento en contra de sacar entrada ya mismo. Ampliamente recomendada para ir al cine, relajarse, quizás llorar un poquito… y pensar.
Por Carole Sang