DILEMAS EXISTENCIALES DE ADULTOS Y NIÑOS
El cine de Mike Mills (Mujeres del Siglo XX, Beginners, así se siente el amor, Impulso adolescente) no es tan ecléctico genéricamente (con bemoles, son todas historias dramáticas con ligeros toques de humor) como sí lo es en cuanto al tono que elige a la hora de narrar: es que siempre parece encontrar el registro adecuado para el personaje que tiene entre manos. En C’mon C’mon: siempre adelante, por ejemplo, el blanco y negro y el tono pausado, casi monocorde, es el ideal para registrar la experiencia de Johnny, un periodista que recorre ciudades de los Estados Unidos para entrevistar a chicos con el objetivo de preguntarles sobre el futuro, y que atraviesa una crisis personal vinculada con la forma en que se relaciona con los demás. La soledad de los espacios que habita Johnny no se resume a las habitaciones de hoteles y lugares que visita, sino también a las ciudades, cuya geografía es abarcada por la cámara de Mills alejándose de cualquier preciosismo turístico. La Nueva York de C’mon C’mon parece otra ciudad diferente a la que hemos visto miles de veces en películas y series, y aporta un marco ideal a esta historia sensible y emotiva. Esa forma de mostrar distinto lo cotidiano es el principal aporte que hace el director y resume, de alguna forma, la manera en que se desenvuelve la relación entre sus dos protagonistas.
El principal giro de C’mon C’mon: siempre adelante llega cuando la hermana de Johnny le dice que cuide a su pequeño hijo, porque tiene que viajar para atender una crisis psiquiátrica de su marido. El film de Mills, por tanto, usará a su favor el prediseño que ofrecen las múltiples películas vistas de adultos irresponsables cuidando a niños, para jugar con las expectativas del espectador mientras lo lleva por este viaje existencial al corazón de un tipo algo extraviado y al de un niño que parece tapar los dramas que atraviesa con una simulada adultez. En lo concreto la película de Mills no inventa nada, algunos giros dramáticos son esperables (cuando Johnny pierde al pequeño Jesse, por ejemplo), pero aquello que distingue a la película son precisamente las fugas que encuentra el director para hablar de temas universales de una manera que elude caer en manipulaciones baratas. Johnny y su hermana tienen una relación tirante, que explotó un año atrás a partir de la deteriorada salud de la madre de ambos, y ese conflicto está narrado con flashbacks muy precisos, que evitan los diálogos elevados y se construye sobre fragmentos de imágenes que sintetizan un mundo.
La seguridad con que Johnny entrevista a esos niños para sacarles alguna verdad se desmorona cuando se enfrenta a los berrinches y las reflexiones de su sobrino. Esa distancia que la película exhibe entre la mecánica de la experiencia laboral y la dinámica de la experiencia vital es un acto de honestidad absoluta por parte del director, con el que intenta decir algo sobre la capacidad limitada del cine para imitar la realidad. Y el cine es parte fundamental de la experiencia de los personajes, que se relacionan especialmente a partir de las capturas de audio que el chico hace con el equipo técnico de su tío. Esa caja que atesora una porción del tiempo que la memoria no podrá, revelación trágica que Johnny le hace al pobre y angustiado Jesse en una de las mejores escenas de la película. Film de movimientos sutiles, incluso en sus pasajes más desconcertantes (como el del mareo que sufre Johnny), seguramente el mayor acierto de Mills es el de haber logrado una presencia tan contenida y despojada de todo gesto por parte de Joaquin Phoenix, en la que es la actuación de su vida (y sepan disculpar los amantes del exhibicionismo), sumamente honesta y sentida.