Lo que se propone Mike Mills con su nuevo largometraje es una tarea, podríamos decir, monumental: responder el interrogante de qué es verdaderamente la autenticidad en el cine. El realizador, quien comparte con su pareja, la escritora y realizadora Miranda July, una mirada empática y sensible sobre el mundo que lo rodea, realizó C’Mon C’Mon, una brillante respuesta cinematográfica a lo que había hecho su esposa con Falsos millonarios, esa producción atravesada ciento por ciento por una óptica casi ingenua del entorno. Desde que Mills y July fueron padres comenzaron a trasladar a sus creaciones, cada uno a su manera, reflexiones alusivas a esa transformación. No es casual que los protagonistas de sus obras, con mayor o menor grado de excentricidad, busquen conectarse con el espectador con diatribas sobre la cotidianidad que se ve irrumpida por un cambio drástico.
En el caso de Mills, su abordaje en su flamante película está más ligado a lo documental (el homenaje al cine de Wim Wenders no pasará inadvertido), y es apuntalado en este aspecto por una excelente fotografía en blanco y negro de Robbie Ryan (frecuente colaboradora de la directora Andrea Arnold, desde Fish Tank a American Honey) y por la banda sonora de los hermanos Bryce y Aaron Dessner, integrantes de la banda The National, cuyas composiciones experimentales contribuyen a la espontaneidad de la película.
Un enorme Joaquin Phoenix interpreta a Johnny, un periodista radial que viaja por los Estados Unidos para entrevistar a niños y adolescentes partiendo siempre de la misma pregunta: “¿Cómo ves tu futuro?”. Las respuestas, bien disímiles pero todas francas, dialogan con la realidad de sus contextos y la gravedad de sus preocupaciones. En medio de uno de sus viajes, Johnny recibe el llamado de su hermana Viv (Gaby Hoffmann, excelente como siempre), con quien se encuentra distanciado y quien le pide que cuide por unos días a su sobrino Jesse (Woody Norman, la gran revelación del film) mientras ella resuelve un conflicto. El lazo entre ese hombre retraído y algo parco y ese niño de nueve años histriónico y curioso pone de manifiesto cómo Johnny se acostumbró a ser quien hace las preguntas, sin jamás trasladarlas a sí mismo; pero también revela cómo ese pequeño tiene la capacidad de ayudarlo a reconfigurar un pasado opaco que regresa intermitentemente.
En Beginners, Mills trabajaba sobre la relación padre-hijo, mientras que en Mujeres del siglo XX ponía a la figura matriarcal en el centro. En C’Mon C’Mon, la dinámica tío-sobrino añade una nueva capa a una filmografía breve y sólida, sobrevolada por el miedo al olvido, la principal inquietud de su protagonista, quien valora los pequeños instantes con su sobrino, pero siendo consciente de que ese niño los olvidará eventualmente. El contraste entre un mundo y el otro, entre cómo las diferentes generaciones procesan las vivencias, es el punto de partida de un largometraje que no tendrá una urgencia dramática o un punto de llegada concreto, pero que es consciente de su objetivo. La belleza de C’Mon C’Mon se desprende de ese pedido de continuar en movimiento, y de cómo se absorbe todo aquello que cabe en esa suerte de tiempo suspendido.