¿Qué papel eligió Joaquin Phoenix tras ser Arthur Fleck en Guasón, y ganarse todos los premios posibles, incluido el Oscar? De los muchos guiones que habrán pasado ante sus ojos, pues escogió el de C’mon C’mon para meterse en la piel de Johnny, un periodista radial que nunca se interesó por nadie, pero que de la noche a la mañana acepta hacerse cargo de su sobrino.
Es su hermana la que se lo pide. Su esposo está atravesado un momento delicado, complicado -crisis nerviosa, bipolaridad incluida- y necesita quién se haga cargo de su hijo de 9 años, que hasta juega con el sentirse “huérfano”.
Como Johnny está realizando una investigación acerca de cómo los niños ven los Estados Unidos, el medio ambiente, las crisis sociales y el futuro que se les acerca, una vez que viaje de Detroit a Los Angeles para recoger a Jesse (Woody Norman), que lo acompañará por su periplo ya previsto a Nueva York y a Nueva Orleans, parecerá que, con la paciencia que le tiene a los niños, todo irá por un andarivel sereno, amable, moderado.
C’mon C’mon es, cómo no, una road movie, por aquello de que lo importante es el recorrido más que llegar a destino, y cómo ese camino es el que cambiará y en el mejor de los casos hará desarrollar a los personajes.
¿A Johnny o a Jesse? Tal vez, a ambos.
La transformación
Es el crecimiento de uno y de otro -se entiende por lógica pura el del pequeño; el del periodista tendrá que ver con las frustraciones que lleva a cuesta en su mochila de viaje-. Porque Jesse, que es inteligente y verborrágico: un tanto intenso, está lleno de preguntas y Johnny, lleno de inseguridades que querrá disfrazar, pero que a la larga saldrán en primer plano.
Y quizá no sea crecimiento, sino transformación.
El mundo adulto y el del niño, el pasado y el futuro se comienzan a amalgamar en la película de Mike Mills, que dirigió Beginners sobre su padre, que se declaró gay a los 75 años -un Oscar para Christopher Plummer- y luego 20th Century Women, nunca estrenada en la Argentina, sobre su madre.
Así que la muerte no superada de la madre de Johnny (la abuela de Jesse) también tendrá que ver con el alma del realizador.
C’mon C’mon la dirigió luego de que creciera su hijo, y el tema de las entrevistas a preadolescentes tienen su raíz en un proyecto que hizo para el MOMA de San Francisco.
La fotografía en blanco y negro es un aporte más hacia el costado melancólico del filme, debida al irlandés Robbie Ryan (La favorita, Historia de un matrimonio), un tipo que es claramente tan versátil como el intérprete al que debió iluminar. Porque -y nunca se sabrá si el mérito de esos encuadres son idea suya, con el visto bueno del director- esa delimitación, el poner a los personajes en cierta inmensidad urbana, y luego retratarlos en su intimidad…
Es tarea de quien sabe mirar, y filmar.