Comedia menor, que se resuelve del modo más conciliador posible y evita dar sentido al menos a algunas de las muchas líneas temáticas que abre en su desarrollo.
En Argentina hemos conocido a Fatih Akin por dos de sus tres películas anteriores a Cocina del alma, y ambas han tenido buen eco en la crítica de nuestro país. En esta película, el realizador da un giro en el tipo de relato, pasando del drama con tintes sociales a una comedia que, si bien no deja de abrevar en sus principales tópicos (el presente del capitalismo especulativo europeo, la otredad étnica en Alemania), se resuelve en la plena búsqueda del humor y la felicidad de sus personajes.
Zinos, un joven de origen griego, se enfrenta al viaje de su novia – de quien está perdidamente enamorado - a China por cuestiones laborales, mientras apenas puede sostener su restaurant marginal y regularmente concurrido. Salvar su relación amorosa, su negocio o a su hermano, que está a punto de quedar en libertad, preso por hurtos menores. Acuciado por un terrible dolor de espaldas, perseguido por las oficinas de impuestos y salubridad, ahogado por un comprador con mucho poder, Zinos deberá resolver todas las cuestiones juntas.
La película no es más que una comedia de enredos tradicional, con personajes conocidos y generalmente agradables, situaciones con algo de gracia y un par de actuaciones convincentes. Cocina del alma es una comedia menor, que se resuelve del modo más conciliador con el personaje protagónico y el público y que evita dar sentido al menos a algunas de las muchas líneas temáticas que abre en su desarrollo.
Akin deja de lado toda sutileza y todos los silencios con los que construyó sus anteriores películas. Es una pena, el paso a la comedia de enredos tradicional no le sentó bien.