Un plato con demasiados ingredientes
Proyecto de larga data, el de Cocina del alma respondió, en su origen, al deseo, por parte de Fatih Akin (Hamburgo, 1973), de rendir homenaje a lo real. Un amigo actor tenía una taberna en un viejo barrio industrial de su ciudad natal, adonde solían ir Akin y su grupo de amigos. El realizador de Contra la pared y Al otro lado decidió, en un momento dado, reconstruir el clima de desprolija libertad, de imprevisto, de informalidad que solía reinar allí, haciendo con todo eso una película. Para ello convocó a su amigo como protagonista y coguionista, y de allí surgió Soul Kitchen. Por el camino, sin embargo, esa voluntad de embeberse de lo real, de ese clima y esa libertad, terminó cediendo paso a lo contrario. El resultado es una película preformateada, regida por el cálculo, en la que todo parece puesto para complacer el gusto medio de su majestad, el espectador.
Todo son frituras y embutidos en Soul Kitchen, el boliche que Zinos Kazantsakis (Adam Bousdoukos) administra, atiende y donde también se ocupa de la cocina, junto con un par de asistentes. Hasta que una noche descubre, en un restaurante gourmet, las exquisiteces que prepara Shayn (Birol Ünek, recordado protagonista de Contra la pared). Típico cocinero gruñón, de esos que por cualquier cosa revolean platos y cuchillos (demasiado típico, en verdad), a Shayn lo echan a la calle esa misma noche, culpa de un purismo que le impide complacer a comensales cuyo gusto desprecia. No parece una idea demasiado práctica la de Zinos, la de llevarse a Shayn con él: el público de Soul Kitchen quiere salchichas, no una sucursal germana de la nouveaux cuisine. El otro al que el bueno de Zinos hace lugar en el restaurante es su hermano Illias (Moritz Bleibtreu, de Corre Lola corre y Munich, entre muchas otras), que consiguió una licencia diaria por buena conducta en la cárcel donde cumple una pena.
Película de sumas –como la previa y ya recalentada Al otro lado–, a ese fondo de cocción Akin le va añadiendo pilas de ingredientes: un yuppie inescrupuloso, deseoso de quedarse con el restaurante, una novia abandónica que se fue a Shanghai, una love story entre Illias y una camarera linda, una banda de rock... De tal modo que lo que empezó aspirando a plato sencillo se convierte en recocido de fórmulas, clichés, estereotipos, idas, vueltas y circunvoluciones narrativas. Y, cómo no, una bestial misoginia (que ya asomaba en Contra la pared) en la figura de la novia rubia y de plata, que no contenta con haberse ido hasta la otra punta del planeta y engaña al buenazo de Zinos con un chino y le corta la señal de Skype, justo cuando lo único con lo que él sueña es dejar todos los negocios e irse detrás de ella.