La muy emotiva nueva película de Pixar es también una maravilla audiovisual y narrativa que se las arregla para contar la compleja trama de un niño que quiere tocar música y que debe viajar a la Tierra de los Muertos para alcanzar sus sueños. Una película sobre y para la familia, que trasciende generaciones. Un clásico del futuro.
Normalmente, cuando un gran estudio de Hollywood se mete a hacer algo ligado con algún aspecto de la cultura latinoamericana la cantidad de cosas que suelen salir mal –desde el concepto mismo o ya desde la producción– es tremenda. Las confusiones y errores abundan, el desinterés por los detalles también (a mí me gusta NARCOS, por ejemplo, pero no puedo tolerar que tengamos que creernos que el brasileño Wagner Moura sea el traficante colombiano Pablo Escobar, especialmente en el marco realista que propone esa serie) y lo que prima es una especie de turismo cultural un tanto patético.
Casi nada de eso está presente en COCO. Si bien algunos especialistas en detalles de la cultura y los mitos mexicanos, especialmente los ligados al Día de los Muertos, puedan criticar algunos detalles, la película de Lee Unkrich y Adrián Molina supera casi todos los escollos del turismo cultural gracias a dos grandes aciertos: una historia de una increíble complejidad narrada con una gran claridad y enorme potencia emocional, y una puesta en escena ambiciosa que permite –gracias a las “facilidades” específicas que permite la animación– que seamos testigos de un filme bellísimo desde el punto de vista puramente audiovisual.
La complicada trama es difícil de resumir pero, simplificando, se puede adelantar que es la historia de un niño, Miguel, que vive en la pequeña y pintoresca ciudad de Santa Cecilia. Es un enamorado de la música pero en su familia está directamente prohibido tocar y cantar ya que, décadas atrás, el tatarabuelo dejó a su mujer y a su hija siguiendo su musa musical. Hoy sobrevive la niña, la Coco del título, convertida en una anciana senil y silenciosa, y la que manda en el hogar familiar es la abuela de Miguel. Ella no quiere saber nada con que el niño se acerque a una guitarra. Pero Miguel es fanático de la música de Ernesto de la Cruz, un popular cantautor clásico amado en el lugar, y está dispuesto a enfrentar el mandato familiar participando en un concurso.
En el Día de los Muertos, por motivos complicados de explicar, Miguel termina pasando a la Tierra de los Muertos. Y es allí donde deberá, en el poco tiempo que tiene ya que al amanecer morirá de verdad, resolver el complicado trauma familiar, con la “ayuda” de un solitario y un tanto alocado personaje llamado Héctor, y con el resto de sus familiares (los muertos, los que viven de este otro lado) participando también en su exploración, hasta llegar a conocer al famoso De la Cruz y determinar o clarificar la historia.
Todo esto, que en realidad es mucho más complejo, es un juego narrativo más que ingenioso para plantear temáticas ligadas a la construcción familiar (cuando ningún vivo recuerda a un muerto dicho muerto desaparece de ese mundo paralelo), al amor por la música y por los orígenes culturales dentro de una trama que podría considerarse como una versión surrealista de un policial de Raymond Chandler, más cercana a EL GRAN LEBOWSKI que a AL BORDE DEL ABISMO/EL SUEÑO ETERNO, digamos.
Visualmente, la película es impresionante, especialmente en las secuencias que tienen lugar en la Tierra de los Muertos, que dominan la película a partir de la media hora. Una creación animada asombrosa, que bebe tanto de la locura furiosa y veloz de los clásicos de animación norteamericana tipo Looney Tunes/Chuck Jones como de la ambición fantasmagórica del cine de Hayao Miyazaki, COCO es un deleite visual. Tomando en cuenta que la animación permite despegarse del realismo de maneras que serían difíciles en otro tipo de películas, lo que Pixar ha hecho aquí es una suerte de mash up de motivos mexicanos (los alebrijes, por ejemplo, son asombrosos, aunque hay referencias un tanto más banales a Frida Kahlo) que funciona a la perfección, no importa lo que puedan pensar algunos puristas que no logren ver más allá de la posible “apropiación cultural” de una gran compañía como Disney metida a “reflejar” la cultura mexicana. Lo han hecho con cuidado, dedicación y magia cinematográfica.
Un importante punto a favor extra de la película es lo bien tratado que está el tema de la muerte y la relación entre ambos lados del universo del filme, un poco el anti Upside Down de STRANGER THINGS por lo luminoso y colorido. Tomando en cuenta lo delicado que puede llegar a ser el tema para una película de animación infantil, lo que logra COCO es en ese sentido también más que valioso. Se trata de una película que, metiéndose en el mundo de los muertos, refuerza la continuidad y la ligación con el de los vivos para llegar –de manera, además, tremendamente emotiva– a una idea de familia en la que el pasado y el presente no solo conviven en armonía sino que se necesitan, los unos a los otros, para permanecer.