Coco

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Honrar la muerte

Si en Intensamente, los creativos de Pixar se animaban a establecer un vínculo dramático con las emociones y desacralizar la negatividad de la tristeza ante un fracaso, es en Coco donde realmente se consagran al escudriñar, bajo el pretexto de una historia que gira en torno al sentido homenaje del Día de los Muertos mexicano, nada menos que en los mecanismos de la memoria y su contraparte: el olvido.

En ese lugar, la muerte y el recuerdo tampoco se banalizan y es entonces donde gracias a un relato iniciático, bajo el modelo Pixar de búsqueda de un referente -ya sea Padre, hijo o Familiar- las etapas de aprendizaje y duelo marcan el proceso de transformación de Miguel, un niño que rompe el mandato familiar de dedicarse a la zapatería porque su pasión es tocar la guitarra como otrora hiciesen sus antepasados.

Abuelos, bisabuelos, tíos, tías, se encontrarán con Miguel en el mundo de los muertos, tan colorido y mágico como aquel que pensara Tim Burton para su aproximación al universo de los muertos en El cadáver de la novia. En ese plano de los muertos operan los recuerdos de los vivos, la savia que alimenta el árbol de la vida, por así decirlo, se encuentra presente en la memoria y es por eso que la celebración mexicana viene teñida de homenaje reparador pero al mismo tiempo recuperador de los momentos en que la vida se expresaba desde los sentimientos.

El grado de humanidad de Coco, nombre que hace referencia a una mujer, bisabuela del protagonista, con demencia senil, es su mayor caudal desde el punto de vista conceptual porque son precisamente los sentimientos de los vivos aquellos que van de la pureza a la impureza.

Hay amor, rencor, envidia, odio, pero todo ello mezclado en dosis equitativas, nunca con maniqueísmos a cuestas o caricaturizaciones reduccionistas de los personajes chicanos y su rica y profunda cultura, completamente distante a la de Estados Unidos, que sin ir más lejos exportaron Halloween a varias geografías desde la banalidad de llenarse el estómago con dulces como trueque para no caer en el espanto de infantes crueles y extorsionadores.

Sin embargo, al tratarse de un film orientado a la platea menuda y a sus acompañantes, la nueva propuesta de Pixar no carece de atractivo visual ni tampoco musical. Esos elementos se amoldan eficazmente al universo de los vivos y los muertos, que se yuxtaponen desde la mirada del niño, en el umbral de los dos mundos. El grado de detalle para construir el mundo de los muertos, no sólo en los colores pasteles sino desde las reglas y lógica que atraviesa la aventura es sin lugar a dudas deslumbrante.

Si alcanza con una canción para hacer bailar a los muertos o al menos con recordarlos una vez al año la nueva apuesta de Pixar consigue emocionar y dejar un esperanzador mensaje a cualquiera que se atreva a reflexionar con una animación más ligada al entretenimiento que a otra cosa.