Las complicaciones de un héroe novato
Después de Alec Baldwin, Harrison Ford y Ben Affleck, ahora es Chris “Star Trek” Pine quien le pone rostro al héroe creado por Tom Clancy. Y el actor pone su mejor oficio para retratar a un espía en sus comienzos, lejos del típico superagente de sangre fría.
Ahí vienen los rusos. El ruso, más precisamente. El ruso malo, al que Hollywood por lo visto extrañaba y recupera ahora como némesis de Jack Ryan, el agente bueno de la CIA, que tras más de una década de ausencia regresa también a las colinas de Los Angeles. Así como Bond supo ser el héroe de Ian Fleming y Smiley, el de John Le Carré, Jack Ryan es el de las novelas de Tom Clancy, ex agente de la CIA él mismo, fallecido meses atrás. En cine, Ryan parece cargar con el designio de cambiar de rostro. Primero lo encarnó Alec Baldwin, en la sólida La caza al Octubre Rojo (1984). Después, el nunca bien ponderado Harrison Ford, en Juegos de patriotas (1992) y Peligro inminente (1994). A Ford lo sucedió el troncazo de Ben Affleck, en la tampoco desestimable La suma de todos los miedos (2002). Ahora le toca el turno a Chris Pine, que viene siendo el capitán Kirk de la nueva versión de Viaje a las estrellas, y que, para cumplir con el mandato no escrito de toda saga durante la última década (incluida la propia Star Trek) interpreta al héroe cuando se inicia como tal.
Con Código Sombra Kenneth, Branagh termina de sacar credenciales de director multitarget.
Por una rara ucronía, debida tal vez a que Código Sombra es la primera de la saga que no está basada en una novela de Clancy, Ryan empieza a ser Ryan a posteriori de los Ryan previos. Más precisamente después del 11 de septiembre de 2001, cuando tras ver caer las Torres desde Londres, donde terminaba sus estudios de Economía, se alista como voluntario y va a parar como marine a Afganistán. Como para que quede claro que el hombre ya de pichoncito fue patriota. Patriota magnánimo, siempre dispuesto a sacrificarse por los cumpas, como demuestra cabalmente en su primera y única acción de guerra, a bordo de un helicóptero. Con el accidente que sufre, la biología indica que debería morirse. La dramaturgia no piensa lo mismo, por lo cual tras una estadía en un hospital, donde recibe los cuidados de la enfermera Cathy (no cualquier enfermera: la mismísima Keira Knightley), ya está listo para volver a la vida civil. Cosa que jamás sucederá.
Es que al hospital va a buscarlo un oficial (de la CIA, of course) al que interpreta, magníficamente por cierto, Kevin Costner, que en su primera y ñoña aparición enseña qué es eso de tener presencia cinematográfica. La misión, si Ryan decide aceptarla, es actuar como agente encubierto, mientras funge como broker en Wall Street. Salto al presente, donde Ryan descubre unos datos que no cierran, el nombre de un tal Viktor Cherevin tras ellos y la info de que Cherevin es, prácticamente, el dueño de todas las Rusias. O sea, un mafioso de aquéllos, que se da el lujo de colgar originales del Louvre en su recontrasupercustodiado bunker, y que es capaz de moler a patadas a cualquier asistente por cualquier minucia, mientras escucha un aria de ópera. Está claro que Ryan deberá, por pedido de Harper, tomarse un vuelo a Moscú para intentar ingresar en el archivo informático del temible Cherevin. Mientras tanto éste tiene cierto plancito entre manos, relacionado con volver a darle a la madre Rusia el papel de director de orquesta que le cabe en el concierto mundial.
¿Misión imposible? Justamente. Uno de los dos guionistas de Código Sombra es David Koepp, que lo fue en la M:I de Brian de Palma (aparte de las dos primeras Jurassic Park y la primera El hombre araña). Film tan clásico en narración como en estilo, con Código Sombra Kenneth Branagh termina de sacar credenciales de director multitarget, viéndoselo bastante más afiatado que en Thor. Relato tan sólido como convencional, el interés de Código Sombra está sostenido sobre todo por el carácter no sólo de inexperto, sino de sapo de otro pozo del héroe (Chris Pine está muy bien, dicho sea de paso). El tipo es un economista con destino de académico, que a la hora de los tiros tiembla, transpira y se muere de miedo, como podría pasarle a cualquiera del público. Hay una magnífica (por lo sorpresiva, por lo brutal) escena de violencia en una suite de hotel, en la que el muchachito debe defenderse de un asesino calzadísimo, sin una maldita arma encima. Claro que antes de que termine la película Ryan se habrá encontrado con su destino de héroe armado, y a esa altura ya hace un rato que Código Sombra se convirtió en una más.