Una cuestión ideológica
El personaje de Jack Ryan, una creación del novelista estadounidense Tom Clancy, que a lo largo de su obra mantuvo una firme ideología conservadora a favor de que Estados Unidos mantenga unas fuerzas armadas y unos servicios de espionaje fuertes y bien financiados para hacer frente a sus enemigos, ha transitado por varias películas como Juego de Patriotas (Patriot Game, 1992) o La caza al octubre rojo (The Hunt for Red October, 1990) en la piel de diferentes actores de la talla de Harrison Ford, Alec Baldwin y Ben Affleck. Ahora le toca a Chris Pine ponerse en la piel de este agente de la CIA cuya misión será salvar a los Estados Unidos de un ataque terrorista.
Un joven Jack Ryan Ryan (Chris Pine) descubrirá una conspiración terrorista, con sede en Moscú y liderada por un villano ruso (Kenneth Branagh con un acento increíble), que pretende devaluar el dólar para destruir la economía de los Estados Unidos.
En Jack Ryan: Código sombra (Jack Ryan: Shadow Recruit, 2014) hay dos lecturas posibles. Una, la obviedad política que viniendo de un conservador como Tom Clancy es inevitable no cuestionar, y la otra la puramente cinematográfica. Desde su primera escena mostrando el atentado a las torres gemelas mientras Jack Ryan la observa consternado frente a un televisor se define la línea ideológica de un film que mostrará a la CIA como la salvadora del mundo y a sus integrantes como los héroes capaces de dejar la vida por el bien de todos. La propaganda a favor de esta es tan asquerosa como obvia y esto lo convierte en un film nefasto desde lo propagandístico.
Ahora pasemos a lo estrictamente cinematográfico para pensar la obra como un entretenimiento puro y pochoclero. En este punto no podemos evitar decir que la película funciona y bien. Tiene ritmo, secuencias de acción filmadas de taquito como Hollywood nos tiene acostumbrados, una buena dosis de suspenso, actuaciones creíbles con un Chris Pine que derrapa bondad, un Kenneth Branagh que destila maldad, una Keira Knightley que intercala inocencia con sensualidad (y no aporta nada), un Kevin Costner que sale airoso pese a su inexpresividad elocuente, y un cameo sorpresa de Mikhail Barishnikov.
Las películas pueden ser vistas y olvidadas o, contrariamente, leídas y pensadas dentro de un contexto sociopolítico global donde lo ideológico no le es ajeno. Está en el espectador decidir si quiere pasar un buen momento y no hacerse preguntas o preguntarse qué es lo que le quieren vender y por qué. Y no hablamos de objetos sino de ideología disfrazada de cine.