Una película se convierte en obra de arte cuando quien la ejecuta entiende al cine como el espejo donde nos descubrimos a nosotros mismos.
Sin lugar a dudas esta obra de arte, enaltece al cine al llevarnos de la mano por una serie de capas que combinan de manera orgánica, una viseral historia de amor, inspirada en los padres del propio director, y atravesada por el comunismo y el exilio en plena guerra fría. Sin embargo, no es otra historia de amor frustrada por las circunstancias que rodean a los personajes; Paweł Pawlikowski (polaco, ganador del oscar por IDA a mejor película extranjera) está más interesado en el viaje emocional de los personajes a quienes hace cargo de sus decisiones.
Su enorme capacidad de convertir el contexto social, político y espiritual en escenarios, donde sus personajes construyen su vida, le permiten ir más allá de los miedos personales de sus protagonistas y elaborar un ensayo soberbio de cómo el amor es el arma más poderosa que construye y destruye todo.
En ese contexto, donde se vislumbra una crítica a la sociedad intelectual parisina con impecables diálogos que se dan el lujo de la comicidad, despertará interés también a quien esté obsesionado con la política, con Dios o con la maravillosa música que te hará terminar de caer rendido a sus pies. Seguramente al público polaco no dejará pasar desapercibida el terror estalinista de ésa época.
Sin duda, su marca personal de autor radica en su enorme sensibilidad para entrelazar estos dos aspectos: lo superficial y lo profundo. La mejor película que veré este año.