Luego de Mi verano de amor y de la consagratoria Ida (ganadora en 2015 del premio Oscar a Mejor Película en Idioma No Inglés superando a Relatos salvajes), no era fácil para este talentoso realizador polaco salir airoso con una nueva historia de época en blanco y negro, pero -a pura elegancia, rigor y talento- consiguió otro muy valioso film que narra durante varias décadas la historia de un amor épico e imposible en tiempos de represión y le valió nada menos que el galardón a Mejor Director en el último Festival de Cannes.
Pantalla casi cuadrada (4:3), estilizado blanco y negro, y apenas 84 minutos la alcanzaron a Paweł Pawlikowski para construir un melodrama romántico con aires musicales y estética de film noir realmente extraordinario. Un ejemplo de síntesis, rigor, austeridad y belleza para mostrar el devenir de un amor imposible que recorre la posguerra entre Polonia y Francia.
Son más de 20 años de tortuosa pasión y (des)encuentros entre una cantante y un músico que luchan contra algo mucho más fuerte que su relación: la maquinaria represiva, la falta de oportunidades y un sino trágico que parece apoderarse de ambos.
Wiktor (Tomasz Kot) y Zula (Joanna Kulig) se conocen en el marco de un conservatorio de arte. El es uno de los seleccionadores de talentos; ella, una entusiasta aspirante con un oscuro pasado. Desde 1949 y hasta bien entrada la década de los '60 los veremos ir y venir, desde Varsovia a París, entrando y saliendo legal o ilegalmente, buscándose, encontrándose y rechazándose. Las contradicciones y la permanente incomodidad marcarán la tónica de un film donde la figura de Stalin (en murales y telones) y la presencia de los burócratas de turno dominarán también parte de la escena.
En Cold War cada plano es de una belleza y una intensidad conmovedoras (por momentos me recordó al Christian Petzold de Barbara y sobre todo de Ave Fénix) con dos protagonistas extraordinarios y buenos personajes secundarios (por allí aparece la gran Jeanne Balibar). Quizás un poco gélica y quirúrgica, la película escapa de la demagogia y la concesión (escatima los “grandes momentos”) para constituirse en una tragedia impiadosa sobre esos tiempos de Guerra Fría y amores destrozados.