Polvo enamorado.
En El amor en los tiempos del cólera, García Márquez nos cuenta la historia de Florentino Ariza y Fermina Daza, eternos enamorados a pesar de las circunstancias que muchas veces se conjuran en contra de ese amor. El contexto caribeño en el que se desarrolla la historia le permite al autor un enfoque en el que las dificultades no empañan una celebración que se percibe en todo momento, y que vivifica la relación amorosa aún en sus momentos más difíciles.
En cierta manera, Cold War es la otra cara de la novela del colombiano. La misma idea germinal es la que sostiene la película, los avatares que enfrentan dos enamorados para llevar a cabo su pasión, y la persistencia de sus sentimientos más allá de las dificultades. Pero aquí el relato hace justicia a su título. La alegría de fondo es sustituida por la tristeza, y la exuberancia por la contención y hasta por la impasibilidad.
El contexto histórico y geográfico es el que sienta las bases del cambio de perspectiva. La guerra fría es antes que nada una delimitación temporal de la cual van dando cuenta los rótulos que indican los años en los que la acción tiene lugar. De esta manera el relato se convierte también en la descripción de una época desde una perspectiva crítica que engarza muy bien con lo que los personajes van a vivir, y con el modo en que van a hacerlo.
La primera parte, la que transcurre en Polonia, es la mejor del filme. Con leves detalles se nos va describiendo la opresión y la falta de expectativas de los personajes y, por extensión, de toda la sociedad. Más allá del blanco y negro utilizado por el director, las propias vidas que allí aparecen reflejadas poseen ese mismo tono monocromático, al tiempo que se ven abocadas a una parálisis de la que resulta muy difícil escapar.
Las miradas entre bastidores, la observación siempre vigilante, el juicio constante al que se ven sometidas las cantantes, el tono contemplativo que adopta la película, el modo y el alcance de las salidas al exterior, sometidas siempre a la tutela de los gerifaltes, van configurando una cosmovisión perfectamente trazada y que no requiere de declaraciones grandilocuentes que la apuntalen.
La música pasa a ser entonces un mero hilo conductor, a veces forzado, a veces incluso causando la impresión de ser un relleno para completar una historia que por sí misma resulta un tanto errática. Cuando son los personajes quienes han de tomar las riendas del relato éste se va poco a poco descomponiendo.
Es verdad que el reto era complicado. Por una parte se nos está contando la historia de una pasión amorosa que trasciende todas las dificultades que se le presentan y al propio tiempo, la principal de ellas. Por otra parte esa pasión ha de aparecer siempre atenuada, aplastada por el medio en el que se desarrolla, insinuándose pero sin llegar a manifestarse nunca. La guerra fría hace referencia también a la gelidez de los participantes en ella, una gelidez volcánica, nos atreveríamos a decir, y ahí está el problema.
La actriz que encarna a Zula logra su propósito con encomiable solvencia. Su físico sin duda le ayuda, pero además imprime a sus gestos un carácter que permite las segundas lecturas, que nos deja adivinar el calor que esconde y la opresión que cercena sus sentimientos.
No ocurre lo mismo, ni mucho menos, con el personaje masculino. El arrebato de Zula (magnífica la escena en la que descubre a su amado de nuevo libre) es aquí una languidez que no consigue levantar el vuelo. Es cierto, ya lo hemos dicho, que la combinación de ambos factores es compleja, y en este caso el director parece haber optado por remarcar la contención para así, además, contrastar con el personaje femenino. Sin embargo, a fuerza de desactivar las pasiones, lo que ha conseguido es un personaje plano que deambula sin ton ni son, cuyo sufrimiento es impostado y cuyas gestas heroicas resultan más increíbles que otra cosa, dado el carácter que se le ha ido construyendo.
Cuando declara a su amante parisina que viene de estar con la mujer de su vida se esperaba algo más de emoción. No la nula reacción de quien lo escucha.
En estas idas y venidas el guion ofrece momentos de acusada debilidad. Lo del marido siciliano parece una broma, y la facilidad para transitar en tiempos tan rígidos por los distintos países no puede menos que sorprender. No obstante la película contiene algunas ráfagas de brillantez. Entre ellas el maravilloso plano con el que concluye, cuando el director sostiene la imagen unos instantes para mostrar el vacío que los protagonistas dejan, señalando así su inminente muerte, la cual, paradójicamente, o no tanto, es la única consumación posible y plena de su amor.