Una historia de amor trágica, asediada por el absurdo del mundo
La semana pasada se estrenó Transit, de Christian Petzold, una película extraordinaria de uno de los grandes autores europeos en actividad. Esta semana llega Cold War, de Pawel Pawlikowski, otra película extraordinaria de otro de los grandes directores europeos en actividad. Una feliz coincidencia en la cartelera gracias a la osadía de distribuidores independientes que apuestan con una pasión merecedora de mayores consideraciones. Tanto Transit como Cold War son melodramas y, con sus diferencias de planteo, films "de época".
En Cold War asistimos al encuentro, conexión, y amor evidente -y hasta justo- entre Zula y Wiktor a fines de los años 40, en la Polonia comunista: ella se presenta a un casting como cantante y bailarina folclórica y él es parte de los seleccionadores. La troupe que se arma sufrirá las crecientes presiones del comunismo para que, por ejemplo, le canten a Stalin. Wiktor no es tan sumiso. Y Cold War nos muestra a estos amantes en diversas ciudades, incluso en la Europa del otro lado de la cortina de hierro, alejados el uno del otro en parte porque el molesto mundo que los rodea está lejos de colaborar con la construcción de un proyecto tan turbulento como lógico: el amor innegable entre estos dos seres.
Son separaciones, añoranzas, traiciones, acercamientos, reemplazos que no consiguen cortar un lazo ineludible, inevitable. Un melodrama conciso, con elipsis convencidas, filmado en blanco y negro y encuadrado con solvencia y singularidad y sin distracciones irrelevantes (como Ida, la película anterior de Pawlikowski, premiada con un Oscar), Cold War es cine del fuerte, del contundente, del que nos hace salir conmovidos y distintos de la sala. Una historia de amor trágica, asediada por el absurdo del mundo; una historia que tenía que perdurar pero se ve interrumpida por ruidos molestos y convicciones oportunistas.
Un hombre y una mujer y un amor cuyas evidentes fortalezas resisten de la manera que pueden, en un relato que conmueve porque está absolutamente convencido de lo que nos expone. Y como si todo esto fuera poco, impone sin duda alguna la fotogenia fatal de la que probablemente sea la actriz más subyugante de la temporada: Joanna Kulig, comparada en algunas críticas con Jennifer Lawrence, más que nada porque hay escasez de referencias más atinadas. Kulig es tan fatal y voluble como Brigitte Bardot en El desprecio, y con el cambiante brillo de sus ojos puede construir o derrumbar todo lo que la rodea.