Tras la repercusión y la multiplicidad de premios que recibió por su película Ida de 2013, el nombre del Pawel Pawlikowski adquirió otra notoriedad, muy diferente si consideramos filmes previos del cineasta polaco como Last resort o Mi verano de amor. No es raro por lo tanto, que los cinco años que pasaron entre Ida y Cold war aumentaran aún más las expectativas que se podían tener de esta nueva cinta del celebrado director, que gracias a ella se llevó el Premio a Mejor Director en el pasado Festival de Cannes.
En Cold war Pawlikowski se vale nuevamente del blanco y negro, así como del ambiente hostil de posguerra, aunque la trama difiere bastante de Ida. En este caso la historia comienza con Wiktor (Tomasz Kot), un director de orquesta que recorre los rincones de Polonia interesado en reclutar músicos que sepan cantar y bailar, para interpretar un repertorio compuesto por piezas referidas a las raíces populares de su país. En medio de la búsqueda, conocerá a Zula (Joanna Kulig), una joven que llamará notablemente su atención, tanto su voz, como su aspecto físico, y que no dudará en incorporar en su grupo. No tardará en iniciar el romance entre ambos, pese a las diferencias que se perciben en las personalidades de cada uno, y un supuesto pasado oscuro del que la joven prefiere no hablar. Por razones naturales, los problemas no tardarán en hacerse presentes, en un país que transita la Guerra Fría, y que vive una situación compleja, lo que llevará a que los destinos de cada uno tomen rumbos diferentes. No obstante, ni el paso de los años, ni las contrariedades, parecen derruir la raíz del amor profundo que existe entre ambos protagonistas.
Quizás el rótulo de “Obra Maestra” suene un poco determinante y se pueda cuestionar, pero no podemos negar que Pawel Pawlikowski es uno de los cineastas de actualidad que vale observar con detenimiento; en este caso, no solo por la forma de narración de la historia de Cold war, y la profundidad que toca, tanto en en plano de lo político, como dramático, sino por su habilidad para utilizar el blanco y negro, con un manejo sutil de encuadres y una fotografía perfecta. Las actuaciones de Kulig y Kot están a la altura de las circunstancias, y ayudan a su manera algunos secundarios como Borys Szyc o Jeanne Balibar. También vale destacar su capacidad de resumen, valiéndose de menos de hora y media para relatar una importante sucesión de hechos que se van dando alrededor de la historia de Wiktor y Zula, si bien algunas partes musicales puedan sentirse un poco prolongadas e innecesarias. Recomendable sin duda alguna.