Colette fue una de las artistas más fascinantes y provocativas de las letras y los escenarios de la Francia de la primera mitad del siglo XX y, por lo tanto, el eje de numerosas biografías y películas. En este caso, es el inglés Wash Westmoreland (director con Richard Glatzer de elogiados films como Siempre Alice y Quinceañera) quien reconstruye parte de la vida de esta mujer que cautivó y escandalizó por igual a varias generaciones y se constituyó en un ícono, una referencia en la moda, la liberación sexual y el empoderamiento femenino. Por eso -vencido el prejuicio de ver una historia tan francesa hablada en inglés- hay que analizar a Colette: liberación y deseo como una película que sintoniza a la perfección con estos tiempos de Ni una menos y #Me Too.
Lejos de la solemnidad del cine académico y del preciosismo del cine de qualité (tiene algunos pasajes que remiten a la filmografía de James Ivory pero luego está más cerca del espíritu de Carol, de Todd Haynes), la historia fluye con ligereza, humor, encanto y, al mismo tiempo, con furia a la hora de exponer los efectos del patriarcado, que tuvo a Colette primero como víctima y luego como implacable cuestionadora. Aunque los subtítulos que suelen agregarse para su estreno local suelen ser innecesarios o hasta ridículos, en este caso hay mucho de deseo (en principio reprimido) y de liberación en el viaje de esta heroína protofeminista.
El film de Westmoreland se concentra en los primeros años de la autora (interpretada por Keira Knightley), desde que es una inocente adolescente de un pueblo de provincia hasta que se casa con Henry Gauthier-Villars, más conocido como Willy (Dominic West), un magnético y seductor empresario que se ganaba la vida firmando libros que en verdad escribían autores fantasmas por él contratados. Es Willy quien descubre el talento de Colette y la convierte poco menos que en su esclava (la encierra bajo llave en una habitación hasta que termine una de las novelas de la escandalosa serie autobiográfica de Claudine), quedándose con el prestigio y el rédito de sus creaciones.
Aunque uno de los ejes de la película es la forma que encuentra Colette para liberarse del yugo machista, descubrir y practicar su bisexualidad y desarrollar sus múltiples inquietudes artísticas, el principal hallazgo pasa por desarrollar la intensa relación entre ella y Willy, al que West convierte en un villano encantador. Es precisamente el trabajo sobre los distintos aspectos (tanto los seductores como los manipuladores) el que le da espesor, múltiples matices y le permite escapar de las limitaciones de la mera denuncia sobre la injusticias y los abusos. La declaración de principios está, pero Westmoreland no la hace apoyándose en el discurso aleccionador sino apelando a los mejores recursos del cine.