Una joven escritora es explotada por su esposo, hasta que logra independizarse y, al mismo tiempo, afirmarse en el lesbianismo.
Dicho así, podría suponerse que ésta es la película #MeToo de la semana. Pero es algo más. Se trata de un primer acercamiento a la vida de la notable Sidonie-Gabrielle Colette, mujer de refinado estilo, mucho don de observación y amplio gusto sexual, símbolo del savoir-vivre de la Belle Époque en su juventud,y miembro de la famosa Academia Goncourt, que llegó a presidir, en su madurez, cuando ya la impudicia de sus primeros libros había sido plenamente aceptada en todo el mundo como típica (y envidiada) muestra de la cultura francesa.
“Colette” se restringe a esa primera y muy atractiva etapa, y lo hace con la debida exquisitez e inteligencia, incluso con algo de la chispeante y engañosa liviandad de la autora. Es la etapa de “Claudine en la escuela”, “Claudine en París”, “Claudine casada”, ese personaje un tanto autobiográfico que más tarde habría de culminar en la melancólica viudez de “El refugio de Claudine”. Pero ahí ya empieza otra etapa y debería empezar otra película, si es posible francesa.
Esta de ahora es entera y pulcramente inglesa. Luce, eso sí, los méritos de Keira Knightley, actriz, Wash Westmoreland, director, Thomas Ades, música, y Gilles Nuttgens, fotografía (ambos con abundantes referencias al precioso arte de entresiglos).