Una mujer alcohólica, echada de casa por su novio, harto de sus resacas, descubre que está conectada con un monstruo gigante que aterroriza Seúl. Así de disparatada, de colosalmente atrevida es la premisa de esta película dirigida por un español, Nacho Vigalondo, y protagonizada por la estrella Anne Hathaway, con unos kilos de más, rulos frizados pero frescura intacta. Ella es Gloria, que llega desde Nueva York, con su vida en dos valijas, al pueblo de su infancia para ocupar una casa vacía. Pero esa pausa forzada no termina de funcionar como espacio de reflexión, porque pronto se reencuentra con un amigo de la infancia, que le ofrece trabajo en su bar, y así las noches etílicas siguen desembocando en mañanas de blackout. Hasta que la noticia llega: un monstruo gigantesco causa muerte y destrozos en Corea. A Gloria la impacta la imagen, más que a los demás, como si fuera algo que tuviera que ver íntimamente con ella. El asunto la obsesiona al punto de dejar de beber y constatar que no estaba borracha, sino que efectivamente, el monstruo de Seúl se mueve -cada día, a la misma hora- según se mueve ella, como un títere colosal manejado a distancia. Vigalondo rodea a su atípica antiheroína con una serie de relaciones ambiguas, el amigo (Sudeikis), tan atractivo como pueblerino y resbaloso, y sus amigos, mientras el novio (Dan Stevens, el de Dowton Abbey y La Bellay la Bestia) se mantiene como un deber vía skype. Colosal no disimula la ridiculez del asunto, por el contrario, abre cada vez más el juego de sorpresas directas. Y si se ve con semejante interés y placer es por ese cruce de intrigas, enormes y pequeñas, que tensan la historia de Gloria y su monstruo, un vínculo que Vigalondo tiene el tino de no sobrexplicar, para que el espectador sea quien llene ese espacio, con la carga poética, alegórica, o con la literalidad que quiera. Al menos hasta el muy discutible desenlace.