DESCONCIERTO GENERAL
Colossal, de Nacho Vigalondo es un poco desconcertante: es una película de premisa que no sucumbe del todo a sus autolimitaciones, pero que tampoco logra trascenderlas. Es que el esfuerzo del director por escapar de las convenciones y del ridículo al mismo tiempo resulta en un film que se queda a medias en todo, que no termina de encontrar el tono y que se acomoda sin demasiado convencimiento en la zona gris de la extrañeza.
En fin, Colossal es sobre la vida de Gloria (Anne Hathaway) una escritora con problemas con el alcohol, que se separa de su novio de comportamiento pasivo-agresivo Tim (Dan Stevens) y que también pierde su trabajo, con lo cual decide dejar Nueva York para volver a su pueblo natal. Allí, además de reencontrarse con su pasado, descubrirá que tiene una conexión telepática con un monstruo del estilo de Godzilla (Kaiju) que aparece sobre Seúl, y amenaza con destruirla (alguien debería hacer un comentario acerca del racismo de este tipo de monstruos siempre obsesionados con matar orientales). No es un chiste, la película trata exactamente de eso, y no es para sorprenderse demasiado tampoco: a estas alturas sabemos que cualquier idea devenida guión puede llegar a estrenarse, excepto la película sobre el pastel parlanchín que Homero le sugiere a Ron Howard.
De todas maneras, como decíamos al principio, el extravagante punto de partida de la película no es su principal problema: lo que vemos a medida que avanzan los minutos es cierto desconcierto, como si Vigalondo nos terminara de juntar orgánicamente la cantidad de elementos de los que dispone, porque, sin dudas, Colossal transita en la frontera de varios géneros, pero le falta un poco de cada uno. Por ejemplo: hay poca cantidad de humor y autoconciencia, el tono paródico nunca se afianza; si aparece de repente un drama indie liviano de la América profunda y un encuentro oscuro con el pasado; y sin darnos cuenta el elemento fantástico cobra inoportuna relevancia y estamos ante una película mitad de monstruos, mitad de superhéroes, con villanos y todo. Es cierto que lo extraño de la película no es un valor negativo en sí mismo; el problema es que esa extrañeza no funciona. Colossal puede llegar a aburrir, y no se vuelve más interesante por su extravagancia.
Es notable además lo burda que resulta la construcción de la mayoría de los personajes masculinos: del unidimensional Tim, pasamos al unidimensional cobarde Joel (Austin Stowell), pero quien se lleva el Oscar a personaje absurdo es que interpreta el querido Jason Sudeikis. Un personaje que pasa de ser un simpático bonachón habitante del pasado del personaje de Anne Hathaway con algunas dificultades para controlar sus enojos, a ser un resentido de campeonato, alcohólico, acumulador y celoso golpeador de mujeres más cercano a un personaje de la horrenda Escuadrón Suicida que a un ser humano más o menos verosímil. Todo se resuelve en un brote de locura y celos hacia el final.
No podemos acusar Vigalondo de falta de originalidad pero si podemos subrayar cierta falta de pulso de narrativo, sobre todo para que Colossal consiga unidad y fluidez. Porque a su absurda e hiperbólica premisa podemos exigirle verosimilitud y entretenimiento, algo que nunca termina de conseguir.