Colossal

Crítica de Nicolás Feldmann - Proyector Fantasma

El monstruo interior
Las películas de monstruos – el llamado Kaiju japonés – se basan principalmente en mostrar la destrucción, el caos y los estragos de una ciudad presa por los ataques de bestias gigantescas. Es un género aparentemente discreto en cuanto interpretaciones, pero que en el mayor de los casos presenta al ser humano como poco más que un obstáculo insignificante frente al paso firme y devastador de estos seres primitivos. El gran protagonista es inevitablemente el monstruo y su instinto insaciable de derribar cualquier edificio, avión, tanque o monumento histórico de turno.

Sin embargo, si King Kong era en realidad la ejemplificación cabal del avance de la civilización y el desplazamiento del hábitat natural de los animales salvajes, mientras que Godzilla era la representación del miedo japonés a un nuevo bombardeo atómico post Hiroshima y Nagasaki, qué pasaría si la aparición de una de estas criaturas se debiera simplemente a la proyección de la angustia y la impulsividad de una persona autodestructiva.

Esta premisa freudiana y delirante es la que toma Colossal, el último film del español Nacho Vigalondo, para profundizar aún más la idea del demonio interior que todos llevamos dentro como una especie de materialización de los traumas emocionales. Acostumbrado a las producciones indies osadas y adepto a la ciencia ficción de bajo presupuesto, Vigalondo toma las bases del ya mencionado Kaiju para convertirlo en una comedia dramática en donde los monstruos son el resultado del alcoholismo y las relaciones problemáticas de la protagonista, Gloria (excepcional Anne Hathaway), una bloguera en decadencia y con graves problemas de autoestima en plena crisis de los 30.

La historia comienza en Nueva York cuando, tras otra borrachera sin sentido, el novio de Gloria (Dan Stevens) rompe con ella y la echa de su casa. Sin lugar a donde ir, Gloria regresa a su pueblo natal para vivir en la casa vacía de sus padres únicamente con un bolso, un colchón inflable y la culpa de ver como su vida va perdiendo el rumbo. Allí se encuentra con Oscar (Jason Sudeikis), un amigo de la infancia quien pronto la ayuda a comenzar de nuevo ofreciéndole un trabajo en el bar del que es dueño, pero más importante, recuperando su amistad y escuchando su catarsis. En cualquier otra película esto significaría el comienzo perfecto para una comedia romántica, pero por suerte el guión de Vigalondo tiene otros planes.

Al día siguiente, y con la resaca del reencuentro todavía presente, Gloria se entera que una enorme criatura apareció repentinamente en Seul generando el caos y destruyendo cuanto edificio tuviera por delante, para luego desaparecer sin explicación otra vez. Este suceso se repite todas las noches y el pánico de la capital surcoreana se apodera de todas las cadenas de noticias tratando descubrir las razones por las que este ser humanoide apareció precisamente allí y el porqué de su comportamiento tan errático. De todas formas, no pasa mucho tiempo hasta que Gloria se da cuenta horrorizada que la conexión que la une a este monstruo forma parte de su pasado y que es ella misma quien lo controla sin darse cuenta.

A esta altura la metáfora sobre el alcoholismo y sus consecuencias es bastante evidente, incluso sin hacer que la protagonista emprenda un viaje espiritual sobre la explicación real de la existencia de esta criatura, el film prefiere dedicar su tiempo para hacer hincapié en lo que significa ese lado oscuro en la personalidad de Gloria y en la manera que esto afecta a su círculo. Algo muy acertado y más interesante que el verdadero origen del enlace y la elección de Seul en particular como escenario. Es así que cuando el argumento devela eventualmente este misterio ya resulta innecesario y casi redundante, teniendo cuenta que la excelente narrativa y las analogías del Kaiju con la autodestrucción emocional ya son suficientes para comprender lo que sucede en su cabeza.

Esto justamente es en lo que se destaca el film, en la naturalidad con la que se toma esta premisa absurda y se convierte en un análisis de las emociones mucho más profundo de lo que parece a simple vista. Anne Hathaway interpreta uno de los mejores papeles de su extensa carrera y dota a Gloria de una sensibilidad entrañable con la que trata de salir adelante en el desorden que generan sus decisiones, pero sin dejar de lado su independencia como personaje femenino.

En este caso, lo mejor de su interpretación es la forma en la que se hace cargo de sus errores, mostrando una independencia poco común en el cine a la hora de pedir ayuda, como también para afrontar la idea de que ella es la mayor responsable de sus problemas. Algo que rivaliza de gran manera con la impronta de Sudeikis, que por fuera del encasillamiento de su época SNL, aquí desarrolla con solvencia un personaje conformista y potencialmente resentido por la frustración de nunca haber perseguido sus metas.

La complicada relación de ambos protagonistas es el principal recurso en el que se apoya Vigalondo para que algunas escenas cobren una magnitud demoledora, tal como sería ver a un gigante destruyendo torres a su paso, pero mostrando la fragilidad emocional de sus personajes. Un recurso por demás original para re-imaginar un género fantasioso y marginado como es el de monstruos, en una deconstrucción de la comedia romántica, la complejidad de las relaciones humanas y el machismo tóxico.

Posiblemente la idea de que un lagarto o un robot gigante aparezcan espontáneamente para destruir ciudades enteras pueda resultar demasiado irreal para algunos, aunque no está de más que Colossal invite a pensar por un momento que el monstruo se encuentra mucho más cerca de lo que creemos.