El gordo y el flaco
Tenemos amores, predilecciones, placeres secretos, del mismo modo que tenemos cosas odiadas, enfrentamientos, rechazos, aversiones no siempre explicables. La fuente de los placeres puede provenir de objetos simples, no importa si están hechos de madera no del todo noble: no son novedades, ni estilos radicales, ni vienen tampoco a representar alguna clase de cumbre que nos había sido esquiva hasta ahora. Comando Especial 2 es uno de esos objetos. Se sabe que una comedia puede ser también un campo de batalla: un modo de representar la pregunta acerca de dónde viene la risa y, sobre todo, qué máquinas hay en pugna para producirla, a partir de la fricción entre qué elementos es que surge y se despliega, como un manto, el efecto cómico; ese rayo en cierta manera misterioso que, si hay suerte, nos envuelve, nos contiene y nos cobija. ¿Dos tipos metidos en trajes que ya les quedan demasiado ajustados? Puede ser. Pero entonces ese plano distintivo –el único en color– de la película Excursiones, esa comedia triste de Ezequiel Acuña, debería arrancarnos una carcajada, o al menos una sonrisa, y en cambio nos llena primero de admiración (por el hecho de que al director se le haya ocurrido), y de un sentimiento contradictorio después, cercano a la melancolía, en el que advertimos pronto los pliegues, las costuras, la hechura final de lo que significa, en el fondo, una situación que no puede ser sino trágica: ya no hay hogar, no hay forma de volver atrás, ni de reparar aquello que ha sido destruido, ni de hallar un consuelo completo en esos recuerdos que guardamos cerca nuestro, como si fueran sueños preferidos o amuletos de la suerte. De modo que hay que concluir, otra vez, que el mecanismo de la risa es un animal imprevisible, difícil de domesticar. En Comando Especial 2, segunda parte de esta saga de policías encubiertos derivada de la serie televisiva, que consiste en mostrar a un par de grandulones metidos de incógnito como estudiantes de una universidad estatal (así como la primera parte los mostraba en el papel de improbables alumnos en la secundaria de un colegio), no tiene nada que ver el elemento tragicómico que se deriva naturalmente de la imposibilidad proverbial de volver el tiempo atrás, ni el estado de añoranza por una presunta edad de inocencia hundida en la bruma de los recuerdos: en Comando Especial 2 todo es un tiempo presente, construido a base de pequeños momentos de risa despreocupada, de estallidos de química actoral, de desbarajustes a veces virtuosos en el modo en el que los agentes infiltrados se esfuerzan por pasar desapercibidos al tiempo que buscan pistas que los conduzcan hasta un traficante de drogas. La edad de los protagonistas apenas constituye un problema para ello, quizá porque la película incorpora con toda naturalidad en la trama el hábito histórico del espectador de ver personajes adolescentes interpretados por actores que han pasado con creces la edad que representan. Como mucho, al personaje de Jonah Hill le dicen un par de veces que tiene cara de viejo. Así que el estilo cómico de la película no es el de la desesperación de lo que ya no se es, sino el que se construye laboriosa y poco refinadamente, con ingenio y trucos efectivos de despliegue físico, de esos que las comedias americanas contemporáneas que importan algo desgranan con la velocidad suficiente para que cada escena luzca brillante y autocontenida. Comando Especial 2 no es del todo libre; no pretende serlo tampoco. No busca la libertad, como no busca un estilo nuevo, ni una forma novedosa de comedia: todo eso sería pedir demasiado, y además una evidente injusticia. La película confía en sus actores, en la administración meticulosa de sus groserías –como cuando los dos están colgando de un helicóptero y Tatum busca una granada que Hill tiene guardada dentro de su pantalón: “Ahí no, ¡esa es mi pija!”, grita Hill. “¡Esa también es mi pija!”, vuelve a gritar– , y confía, también, en el engranaje acaso demasiado aceitado propio de cierta franja de la comedia americana actual, con su sintaxis codificada –el momento en que la cámara toma al dúo entrando al pasillo de la universidad y lo recorta dramáticamente de lo que parece una fiesta permanente a su alrededor– , sus planos de puro oficio, sus gags más o menos protocolares: en suma, su eficiencia. Comando Especial 2 es una máquina, o una criatura de diseño entrenada para la producción de una risa límpida, que no surge de la inadecuación de los personajes al mundo que les toca, sino de las peripecias que dispone el guión en todo momento, como si en cada escena se tratara de empezar de nuevo de cero. Dicho todo esto, hay que agregar que se trata de una película muy divertida. Poco extravagante, poco distinguida, pero querible: uno se ríe de los estallidos de slapstick modesto, como también se ríe de la historia de una amistad masculina celosa, hipertrofiada, de esos dos chicos grandotes con “caras de viejo” y con un amor casi desesperado del uno por el otro. Cuando los dos compañeros deciden dividirse las pistas e investigar cada uno por su lado, el carilindo encuentra a un nuevo amigo, un efebo presuntuoso amante del deporte (que en otra época con toda seguridad habría sido interpretado por Owen Wilson) y el menos agraciado encuentra una chica preciosa. Pequeña revancha del mundo del cine: el gordito coge alegremente con la chica más linda y más sensible de la facultad, mientras el galán presunto se dedica todo el día a hacer fierros como un nabo. El cine siempre será capaz de deparar momentos que parecen mágicos, incluso en el contexto menos pensado.