Comer, rezar, amar

Crítica de Santiago García - Leer Cine

CRÓNICA DE UN ROMANCE ANUNCIADO

Basado en el best seller de Elizabeth Gilbert, Comer rezar amar cuenta la historia de una mujer en busca del sentido de su vida, viajando por el mundo y aprendiendo de cada lugar algo nuevo. La película podrá tener buenas intenciones, pero los resultados –principalmente por culpa del trabajo del director- son bastante pobres.

Llevar a la pantalla un best seller es una forma de asegurar una buena respuesta de taquilla. Cuando un libro ha sido traducido a veinte idiomas y permanece entre los más vendidos desde hace más de cuatro años, la ecuación parece verificarse. Conseguir a grandes estrellas para darle un rostro a esa adaptación es otra forma de atraer al público. Pero aunque parezca increíble la combinación de best seller más estrellas a veces encierra alguna que otra trampa que, si no logra resolverse correctamente, puede terminar por resultar contraproducente. Lo que resulta insólito es que no haya habido nadie en todo el proyecto de Comer rezar amar que se percatara de algunos de los conflictos que el traslado de las letras a las imágenes iba a producir. Tal vez no quisieron verlo, o quizás, simplemente, se pretendió que los lectores del libro fueran a ver la película, ya que solo con esto se habrían asegurado un gran éxito. La historia de Comer rezar amar es la de una mujer que sale a buscar su propio destino viajando por diferentes ciudades, explorando distintos aspectos de la vida en cada una de ellas. Con una narración en primera persona, centrándose en la presencia absoluta y permanente de su actriz protagónica, Julia Roberts, la película combina comedia romántica, drama, algo de guía de turismo y bastante de manual de auto ayuda. Apoyándose en el carisma de su actriz protagónica, el film logra encontrar su rumbo cuando se basa en su rostro, en sus sonrisas, en sus lágrimas y, por momentos, en su auto parodia. Quienes no disfruten de la presencia de Julia Roberts o piensen que sus sonrisas ya comienzan a ser agotadoras, tal vez no deberían ni acercarse a ver esta película. Más allá de la trama, estamos frente a un show personal de la actriz.

Pero las películas no son solo adaptaciones y actores, hay también detrás de ellas alguien que -se supone- las dirige. En este caso, esa persona es Ryan Murphy, responsable de la serie Nip/Tuck y de Glee. Estamos, sin duda, frente a uno de esos casos en los cuales un director no puede diferenciar los recursos de la televisión y los del cine. Comer rezar amar tiene, desde el primero hasta el último minuto, una puesta en escena que resulta llamativamente caótica, un montaje algo torpe, un exceso de planos inútiles para contar escenas como intentando dotar de ritmo a una trama que, de todas maneras, sigue siendo demasiado extensa. La fragmentación de las escenas más ridícula e injustificada que se haya visto en mucho tiempo, sobre todo, en un film de esta clase. Pero tal vez lo que no logra hacer la película es darle a las escenas dramáticas la misma fuerza que le imprime a aquellas que son propias de la comedia. La comedia funciona mejor que el drama. Así entonces, hay momentos que lejos de producir su efecto tienden a distraer e incluso a confundir al espectador porque el realizador no consigue encontrar la forma correcta de contar la historia. Y si bien lo más saludable que posee la película es su planteo acerca de una crisis existencial desde la mirada femenina, por momentos parece un estereotipo más que una mirada compleja. La búsqueda de la felicidad por caminos no convencionales, los espacios de desarrollo personal para una mujer en el mundo actual, están más sostenidos por las buenas intenciones que por una efectiva reflexión acerca de los mismos.

Finalmente, otro conflicto que surge -a diferencia de lo que ocurre en la novela, en donde los personajes no tienen un rostro determinado- es que el aviso que anuncia la presencia de Javier Bardem le quita toda espontaneidad a la historia. En una novela, los lectores no saben que aparecerá más adelante determinado personaje, el autor puede no dar pista alguna a lo largo de toda la historia. Pero en cine, a veces esto no es posible. Y ahí es donde la idea de mezclar best seller y estrellas no funciona siempre. En Comer rezar amar, el personaje masculino sí tiene un rostro y un nombre: Javier Bardem. Mientras que en un libro uno no espera lo que no ha sido anunciado, en el cine sí, porque el actor está en los afiches y en las campañas publicitarias. Entonces, cuando transcurre casi el setenta por ciento del film y Bardem aun no aparece, está claro que su rol está siendo demasiado anunciado y su papel deviene entonces en demasiado obvio. Tal vez deberían haber alterado el orden narrativo y presentado al actor antes, para no postergar tanto su presencia. Cuando él llega, la película debería empezar de nuevo. Y de alguna manera lo hace, porque el encuentro entre ambos parece el comienzo de una comedia romántica, no el último tercio de un film dramático. Es por eso que en el último tramo, la película aumenta un poco más los momentos burdos y obvios, no solo por los problemas de guión y dirección, sino por el desequilibrio que provoca esperar durante casi dos horas la llegada del galán del film. Más allá de las buenas intenciones e ideas iniciales que pueden adivinarse en la historia de Comer rezar amar, lo que se ve en la pantalla se parece más a un capítulo mal filmado de un programa de televisión que a una película hecha en serio.