La ópera prima de la cineasta australiana Renée Webster tiene algunos puntos de contacto con Buena suerte, Leo Grande, especialmente cuando centraliza su premisa en el personaje de Gina (la británica Sally Phillips, una presencia carismática que saca el film a flote en reiteradas ocasiones), una mujer de presente deslucido, con un matrimonio sin vida y un trabajo monótono para el que está sobrecalificada. Como consecuencia del hartazgo y la falta de estímulos para levantarse todas las mañanas, Gina traza un plan que no la satisfaga solo a ella sino a sus mejores amigas, quienes también padecen problemáticas similares, como el no poder manifestarles sus deseos a sus respectivas parejas. Por una casualidad, la mujer conoce a un equipo de hombres que realizan mudanzas y decide invertir en su negocio, pero con un giro: que los integrantes, además de limpiar, se conviertan en trabajadores sexuales en la denominada “empresa de bienestar”.
Si bien el punto de partida de Cómo complacer a una mujer es interesante ya que permitía la exploración de otros tópicos (el rol de sexo en la vida cotidiana, la falta de comunicación en las relaciones, el valor de la empatía en las amistades femeninas), al ampliar el foco y esbozar un relato coral, varias subtramas se desarrollan con esa monotonía a la que la película misma aspira a desafiar. Los descubrimientos de Gina por fuera de ese vínculo en el que está atrapada (aquí se alude a la violencia económica de manera superflua) le aportan cierta osadía a un largometraje que busca ahondar en lo tabú de la vida adulta sin tomar demasiados riesgos. Sin embargo, eso no es suficiente para que la comedia cobre vuelo.