Quizás no haya algo más cinematográfico que una carrera de dragones, y el director Dean DeBlois lo entiende enseguida; la película nos sumerge en su mundo como lo haría una montaña rusa, arrojándonos por el aire y sin darnos tiempo a comprender bien qué está pasando ni en qué lugar estamos. Pero el pulso de Cómo entrenar a tu dragón 2 es tan seguro que, mientras continúan las imágenes del duelo deportivo entre jinetes y criaturas aladas que se desplazan a velocidades lumínicas, el relato intercala en medio de la acción unos breves momentos para describir la vida en Berk junto con su galería de personajes. La aldea necesitada de un jefe, un resistido mandato paterno y un noviazgo adolescente son las coordenadas por las que se mueve Hipo, un héroe imperfecto pero noble que abraza la aventura con la desesperación del que escapa de las obligaciones cotidianas. Un viaje a lo desconocido acabará por reencontrarlo con su madre fugitiva y con la frágil promesa de refundar la propia familia; la mamá, como él, también vive su exilio rodeada de dragones a los que cría y cuida. Los amigos y rivales de Hipo conforman una encantadora pandilla de pequeños guerreros y compañeros incondicionales, escoltados por unos dragones igualmente fieles y valientes. Drago, el villano que recorre el mundo persiguiendo y esclavizando dragones, toma la forma de una gran roca maciza que aparenta ser indestructible, un poco como Stoicko, el padre de Hipo y el líder de la aldea dueño de una inmensidad corporal que se graba en nuestra memoria como uno de los rasgos más tangibles e indelebles de ese universo de vikingos y de magia; su barba tupida, protectora, hecha digitalmente pelo por pelo contra la que van a estrellarse personajes y cosas por igual, es quizás el testimonio más conmovedoramente físico de la existencia de ese mundo fantástico.
Después de Kung-Fu Panda y de la primera Cómo entrenar a tu dragón, Dreamworks parece haberse alejado definitivamente de la autoconciencia y la ironía que habían signado casi todas sus películas. En cambio, ahora se toman el relato como algo serio, aunque nunca grave: la pequeña Berk y sus habitantes son un material privilegiado para el humor que la película aprovecha cada vez que puede, balanceando los contratiempos que debe superar el protagonista. Lo que para una vieja película de Dreamworks era una mera acumulación de pirotecnia visual, en Cómo entrenar a tu dragón 2 se ofrece como una fiesta de formas y colores en la que el vértigo y el exceso de las imágenes siempre se ajusta al tono de la escena. La película explota formidablemente los tamaños desiguales que parecen regir el ecosistema de Berk: algunas de los momentos más impresionantes son los que muestran la majestuosidad de los Alfa, dragones gigantes capaces de controlar a los demás. La batalla entre dos de ellos y una enorme cantidad de los dragones pequeños le imprime a las imágenes un carácter épico rara vez visto en una película animada: lo desmesurado del combate y la manera en que el héroe y los hombres se encuentran completamente fuera de escala produce un efecto sobrecogedor.
Es que en medio de la voluptuosidad y el exceso naturales de Berk, la medida del relato siguen siendo las emociones de los hombres, sus reacciones ante el peligro o su modo de lidiar con la fatalidad. Cómo entrenar a tu dragón 2 no trata de disimular el carácter trágico de su universo ni el salvajismo con el que se dirimen los conflictos: dos muertes terribles son relegadas oportunamente al fuera de campo pero sin esconder la violencia que las envuelve, como si la película quisiera recordarnos elegantemente que, sin importar la fascinación que haya despertado en nosotros, Berk es una tierra cruel que no perdona los errores. Así y todo, aunque la película tenga predilección por la espectacularidad, por ejemplo, el director sabe dirigir la atención hacia pequeños detalles que acaban por marcar el rumbo y el clima de toda una escena, como esa en la que, después de recibir un ataque, el enorme e inamovible brazo de Stoicjo permanece quieto, como si la masa de su cuerpo estuviera clavada para siempre en el suelo, y Michuelo, el joven dragón recién recuperado de un trance, no entiende lo que pasa y trata de despertarlo acariciándole la mano.
Justamente, la dupla Hipo-Michuelo es de las mejores que haya dado la animación de los últimos tiempos menos por el contrapunto de los dos y por los diálogos de él que por la expresividad del dragón: su postura, la forma en que agacha la cabeza como si fuera una mascota hogareña, su mirada de grandes pupilas que recuerda a los ojos de un cachorro, su color y sus alas negros como los de un murciélago; todo en Michuelo lo vuelve un personaje único, misterioso y entrañable a la vez, capaz de generar tanto la simpatía como el miedo; es el compañero ideal para surcar los cielos peligrosos de Berk.