Érase una vez en un reino vikingo
La primera secuela animada de vikingos y dragones prueba que buenas segundas partes, si no mejores, tienen la suficiente intensidad para consagrar a una saga. El panorama en la isla de Berk cambió y no sólo porque los dragones, en un logrado juego de palabras de la versión inglesa, dejaron de ser una peste (pest) para ser mascotas (pets). Hipo es ahora un adolescente y pilotea a su dragón; sus acrobacias, osadía y una máscara lo acercan a Spider-Man. Hipo y su dragón mascota, último ejemplar de la raza Furia Negra, llamado Toothless (literalmente desdentado, aunque la versión latina, lamentablemente, traduce como Chimuelo) son dos héroes parias: el domador con su pie de palo, el dragón con su media cola postiza, parodia de bandera pirata. Como tales, la secuela les abre el árbol genealógico y los enfrenta a nuevos villanos.
La acción de Dragón 2 comienza cuando Hipo, Astrid y sus amigos encuentran a un grupo de traficantes de dragones; el líder, Eret (el clásico bully tosco, estereotipado en Nelson, de Los Simpson), los lleva al encuentro con el mayor traficante, el híper súper descarnado Drago, una mezcla de vikingo, narco y mafioso siciliano. Pero en el medio, Hipo descubrirá a otra cofradía de dragones, cuya guardiana no es otra que su madre, Valka, en quien no sólo reencuentra el amor filial sino la raíz de su don empático para vincularse con esos seres. Como es natural de segundas partes (buenas), Dragón 2 profundiza los rasgos de los personajes, con brochazos de humor y, particularmente en los casos de Hipo y Estoico, su padre, el lenguaje gestual. Incluso, en un crucial enfrentamiento de dragones, la película supera a engendros recientes como Godzilla. Para los que vieron la primera parte, imperdible. Para los que no la vieron, a alquilarla.