En la tercera entrega de Cómo Entrenar a tu Dragón, las aventuras de Hipo y Chimuelo llegan a su fin. Aunque no llega a alcanzar la magia y la potencia de sus antecesoras, este epílogo le da un cierre digno y emotivo a la saga iniciada en 2010, la cual supo cautivar a todos con la sencillez de su historia y la ternura de sus personajes. De la mano de un despliegue visual imponente y una narrativa amena sin demasiadas pretensiones, la película basada en los libros de Cressida Cowell se erige como una propuesta ideal para ser disfrutada por niños y adultos por igual.
En 1970 Vox Dei sentenciaba una gran verdad de perogrullo: “Todo tiene un final, todo termina”. Y es así: parte del encanto de toda historia es su culminación (aunque duela), porque nos permite completar el sentido de lo que vimos / leímos / escuchamos en tiempo y forma. Cuando ese climax no llega, los relatos se estiran, se desgastan y se rellenan con intrascendencias que muchas veces conspiran contra el éxito de la propia historia.
Estoy seguro de que mientras lees estas líneas ya se te ocurrieron decenas de ejemplos de lo anterior, por lo que no te voy a aburrir enumerando series y películas que, paradójicamente, lo único que harían sería estirar el desarrollo de esta review y dilatar su final (Ok, no lo puedo evitar: “¡Lost!”).