La historia de una despedida necesaria y natural con varias subtramas.
En el actual universo del cine de gran presupuesto, donde todo es secuela, spin-off o relanzamiento, que una película “de serie” sea emotiva, original, bella y generosa con el espectador es casi un milagro.
Las dos películas anteriores de “Cómo entrenar a tu dragón” resultaron cuentos emotivos que no desdeñaban ni el humor ni el pathos cuando era necesario (el niño héroe pierde una pierna en la primera película; a su padre, de un modo cruel, en la segunda), y combinaba un diseño caricaturesco con la pura aventura y el puro peligro.
Siempre estuvo más cerca, de todos modos, de “Lassie” que de “Toy Story”, y eso hay que leerlo como una virtud. Este tercer episodio, de una enorme belleza –pero una belleza “útil”, no gratuita; no es un mero “miren lo que podemos hacer con dinero y píxeles”–, es también la historia de una despedida necesaria y natural. Hay varias subtramas (los vikingos amigos de los dragones tienen que huir de su utopía, el gatuno o perruno Chimuelo se enamora de una dragona de la misma especie que él, Hipo es ahora un líder de su tribu y tiene que conciliar vida social con vida personal) pero lo más interesante de la película es que esconde muy bien los trucos del guión detrás de la empatía que generan sus criaturas.
Probablemente esta película amable, cómica y muy melancólica sea la mejor de la serie. Y, veremos, de lo que se estrene en este año. Hay artistas que aman su profesión detrás de cada fotograma y se nota.