Nos encontramos ante un cierre de trilogía bastante digno -pero no espectacular- que es esperado por muchos, lo cual le puede jugar en contra.
Cuando en 2010 conocimos a Hipo y Chimuelo nos enamoramos bastante de ellos y su tierna relación de amistad, en un mundo muy mágico lleno de personajes muy queribles.
Asimismo, supimos que se trataba de la primera de tres películas, y que se iba a contar en diferentes periodos de la vida de su protagonista: primero niño, luego adolescente y luego adulto.
Y si bien la primera entrega es la mejor y más original, en su secuela se llega a un punto de inflexión (al mejor estilo Disney) cuando muere Estoico (su padre).
Me da la sensación de que ahí tocaron un techo en cuanto a lo dramático, y que ello le pesó a esta última entrega ya que es todo demasiado lineal y feliz.
Obvio que hay un villano y obvio que hay problemas. Pero son todos de fácil solución. La película es previsible en todo sentido.
Aún así, la frescura de los personajes se mantiene intacta y está muy bueno ver cómo avanzan con sus vidas.
Lo que más me gustó, y que no puedo describir porque es un spolier, es el epílogo. Ahí radica toda la magia que se nos presentó en 2010.
El nivel de animación sigue manteniendo excelencia, pero no sorprende. Y la banda sonora se queda muy corta.
El director Dean DeBlois pudo completar su trilogía, pero me da la sensación de que ésta fue medio en piloto automático y para cumplimentar…
En definitiva, Cómo entrenar a tu dragón 3 es una buena película, que disfrutarán mucho los más chicos, pero que se quedó corta en unas cuentas cuestiones, y por lo tanto puede llegar a decepcionar a los fans más adultos.