Para chicos que no leyeron a Borges
La película de animación escrita y dirigida por los responsables de la mucho más libre Lilo & Stitch imagina a un vikingo dispuesto no a cazar dragones, sino a domesticarlos. En el plano de lo visual y climático se encuentran los mayores logros.
Al intentar narrar el mundo bárbaro desde una corrección política que apunta a una lectura al sesgo del mapa contemporáneo, Cómo entrenar a tu dragón cae, inevitablemente, en el absurdo. El problema es que es un absurdo no buscado. Basada en una novela de Cressida Cowell, Cómo entrenar a tu dragón –que en Argentina se presenta en copias subtituladas y dobladas, en formatos 3-D y 2-D– imagina que los vikingos eran unos ursos hirsutos, dedicados a matar dragones a sillazos. Pero si se les mostraba que estaban en un error, deponían las armas para siempre, conviviendo en paz junto a sus más sangrientos enemigos. Y la paz reinaba para siempre en la isla de Berk, allá en el Norte.
Según propone la película escrita y dirigida por Dean DeBlois y Chris Sanders (responsables de la mucho más libre Lilo & Stitch), la solución al problema de los dragones –que cada dos por tres barrían a sangre y fuego los poblados vikingos, devorándose hasta la última oveja– no consistía en cazarlos, sino en domesticarlos. En cuyo caso se comportaban como perritos falderos, echándose a hacer fiaca a la vera de sus peludos dueños, a esta altura tan mansos como ellos. Musicalizada con música celta –tradición tan nórdica como pueden serlo la cumbia o el chamamé–, tratándose de una película de animación es más admisible que los dragones parezcan, por lo coloridos, papagayos tropicales. Y que los escudos vikingos estén pintados como cuadros fauvistas.
El problema es que esa clase de anacronismos (de los cuales el mayor es el protagonista, un chico tan contemporáneo que usa expresiones como cool, y come sandwiches) se da de patadas con el acérrimo fotorrealismo con el que se representan tanto las figuras humanas como los gigantescos, impresionantes decorados y espacios abiertos. Es tal el culto del detalle, y tal el desarrollo de la técnica digital a esta altura, que el espectador estaría en condiciones de contar, si le viniera en gana, hasta el último pelo pelirrojo de los bíceps de cada guerrero. Entre sugestivas brumas marinas y una muy delicada paleta cromática (en el plano de lo visual y climático debe buscarse los mayores logros de la película), la fábula central de Cómo entrenar a tu dragón parece Chicken Little + Happy Feet + esa pequeña gema ignorada de hace unos años, llamada Mi mascota es un monstruo.
Hipo (así se llama el protagonista) intenta convencer a su padre Estoico de que ya está en edad de cazar dragones. Demasiado refinado para una civilización que no lo es, meterá la pata una y otra vez. Hasta que descubra que su verdadero talento consiste en domesticar a los más feroces dragones, convirtiéndose en héroe nórdico y conquistando el amor de la rubísima Astrid (voz de América Ferrera). ¿Estos héroes nórdicos son los que le gustaban a Borges? No, ésos eran otros.