Institucional de la militancia
Con la excusa de hablar de un barrio -uno de esos tantos monoblocs horribles y grises hechos en los setentas, hoy caídos en la desgracia del prejuicio social y la desatención estatal-, el documental Cómo llegar a Piedra Buena termina siendo un bastante pueril institucional de una agrupación de jóvenes kirchneristas que hacen trabajo social en ese lugar, militancia que le dicen. Pueril, digo, porque inconscientemente termina haciendo lo mismo que esos jóvenes del busto parlante dicen que reniegan: el otro, el habitante del barrio, ese al que le aportan una sensibilidad y una identidad negada en el tiempo, carece de una voz dentro del relato documental. Es apenas un sujeto feliz que se ve en el fondo, como decorado, pero escasamente puede decir algo sobre eso que le pasa y reflexionar sobre la trascendencia del rol que juegan las agrupaciones políticas que allí se instalan con aires refundadores.
Es, a su manera y sin buscarlo, una interesante metáfora de esa confusión histórica y terminológica: lo que muchas veces se busca no es la politización del sujeto -algo a todas vistas necesario y saludable-, sino su partidización. La utilización del término “política” es recurrente -no sólo en el documental-, y en Cómo llegar a Piedra Buena se lo utiliza de forma constante. Es, obvio, una saludable conveniencia desde ciertos sectores hablar de “politización”, cuando en verdad se está haciendo una construcción sesgada y -en este caso- conveniente al poder establecido.
Dos por tres aparecen testimonios interesantes de dos arquitectos que participaron en la construcción del barrio, atractivos porque permiten la discusión, el debate y la reflexión sobre cómo un espacio determinado construye un ciudadano determinado, y cómo eso está establecido desde el Estado. Pero así como vagamente el relato decide centrarse en aquello que aparentemente nos convocaba -Piedra Buena-, reiteradamente la situación se hace derivativa y se vuelve a la militancia, ese término bendito que parece ser irreductible e incuestionable para ciertos sectores, como estúpidamente estigmatizado por otros. No se trata aquí de discutir el kirchnerismo (es materia de otro debate), sino de señalar las herramientas discursivas de un documental que peligrosamente utiliza un barrio y su realidad para hablar de otras cosas, sin darse cuenta -suponemos- que su acercamiento es bastante funcional y pragmático.