No se trata de una gran reflexión sobre las diferencias de género, ni de los lugares que han conseguido hoy las mujeres, dentro y fuera del hogar. Tampoco hay lágrimas fáciles ni compungidas rupturas. Kate es una madre que trabaja en una financiera y debe atender un salto cualitativo en la empresa. Por su parte, su esposo ha perdido su puesto de arquitecto y asoma un nuevo proyecto. Las idas y venidas de Boston a Nueva York son el escenario en el que se desarrolla una historia tan simple, como olvidar ser feliz. Y todo lo resuelve una noche de boliche (no en una boite sino en un juego de bowling). Parker está cada vez más parecida a sí misma y los varones acompañan. Hay chascarrillos y humor, y cortes en el relato (con miradas a la cámara) que hacen acordar demasiado a Woody Allen. De todas maneras, da para pasar el rato.