Como perros y gatos 2 cumple los objetivos que se propone: divierte sirviéndose de las gracias de los animales y hace humor parodiando al cine de espías. Pero el resultado termina siendo pobre porque la película se conforma con poco: la mayor parte de los gags con animales están retocados o realizados completamente en digital, y la deconstrucción del género siempre apunta a la burla fácil de sus convenciones. A esta altura ya se sabe que la parodia muchas veces constituye el lugar común en el que se apoyan las películas que no tienen nada para decir, pero todavía molesta (o al menos debería) el desprecio para con lo real que demuestran muchas películas con animales. Echarle la culpa a la animación digital sería apresurado y, además, reaccionario: no se puede juzgar un recurso técnico en el aire, hay que hablar de casos concretos, de ese recurso puesto en funcionamiento por una película específica. El mundo (bellísimo) de Avatar estaba realizado de manera artificial casi en su totalidad, pero la decisión de Cameron se justificaba porque al no poder filmar Pandora, tenía que crearlo. En cambio, en películas como Una chihuahua de Beverly Hills o Como perros y gatos 2, lo digital atenta contra lo que está en la pantalla: no se crea algo nuevo sino que se deforma lo que ya está frente a la cámara casi siempre de manera injustificada. Los animales son retocados de manera grosera para sumar gracia (como si un animal real golpeándose no fuera ya de por sí algo muy gracioso) y todo el tiempo se ven las costuras de esa unión apurada e irresponsable: lo digital convive con lo real pero sin conformar una propuesta estética coherente, como si uno fuera apenas el agregado del otro, el parche que viene a disimular la falta de pericia cinematográfica de los realizadores.
Sin embargo, de la flaca propuesta de Como perros y gatos 2 puede atisbarse algo así como el intento de generar una moral. En la película hay una diferencia que salta a la vista enseguida: la mayoría de los animales están mucho menos alcanzados por la animación digital que los gatos. El contraste se nota mucho en las escenas en que la mala Kitty Galore juguetea con un ratón como lo haría el supervillano de alguna película de espionaje: mientras la gata es pura torsión y gestos exagerados (o sea, que en rigor tiene poco y nada de felino), el ratón no deja nunca de comportarse como tal y su cuerpo no realiza movimientos que no le sean propios. Algo similar pasa con los perros: si bien están modificados digitalmente bastante más que el ratón, la mayor parte del tiempo son y se mueven como perros. ¿Cuál será la concepción de los animales que tiene la película para que exista semejante desfasaje estético (y ético) en la forma de construir a los personajes? ¿Para los realizadores los gatos serán menos expresivos que los perros y por eso necesitan del soporte constante de la animación? ¿Habrá alguna suerte de respeto tácito por la figura del perro que impide que se lo transforme demasiado mediante la tecnología digital y, entonces, también existirá algo parecido a un desprecio por los gatos que habilita a que se los deforme y falsifique todo el tiempo? Es difícil saberlo con seguridad porque esta diferencia nunca está llevada a cabo con una precisión mínima que permita elaborar un discurso más o menos consistente, pero los créditos finales, en los que se pasan varios videos caseros de gatos y perros, ponen en evidencia a toda la película. La inclusión final de esos videos parece decir algo así como “estos sí son perros y gatos de verdad, y se pelean y se golpean y se caen y juegan y ¡son graciosos!; yo –la película- quise hacer algo parecido pero con efectos digitales, aunque ahora que lo pienso mejor, estos videos son mucho más chistosos que lo que hice yo; lo voy a tener en cuenta para la próxima”. En este sentido, el final de Como perros y gatos 2 funciona como anticuerpo contra esa clase de películas: terminada la función entran ganas de zambullirse en Youtube y darse una panzada de videos caseros con perros y gatos reales.