La maduración incompleta
Caso un tanto raro y llamativo el de Cómo ser soltera, una comedia cuyo foco innegable e indudable es la madurez, la toma de consciencia de la propia identidad, del lugar que se ocupa en el mundo, para así poder crecer en el vínculo con los demás pero especialmente con uno mismo, y que tiene unas cuantas cosas para decir sobre ese proceso -algunas de ellas bastante interesantes- pero que sin embargo no termina de definir su propia identidad, su situación dentro del panorama de la comedia estadounidense.
El film se basa en el libro de Liz Tuccillo, la misma autora de Simplemente no te quiere -por ende no sorprende que Drew Barrymore aparezca en los créditos como una de las productoras- y en él pueden apreciarse unos cuantos elementos propios de esa otra película. En cierto modo, ambas cintas piensan y reflexionan sobre las formas en que nos vinculamos con el otro y cómo -incluso inconscientemente- estamos siempre buscando a ese otro ser que nos complete. En este caso, centrándose primariamente en Alice (Dakota Johnson), quien deja a su novio de toda la vida para ver qué tal es eso de ser soltera y hacer la suya (aunque pronto se arrepiente de su voluntad experimentadora), pero luego desplegando toda una serie de personajes, cada uno con sus propios dilemas y convicciones: está Robin (Rebel Wilson), la eterna fiestera sin muchas culpas; Meg (Leslie Mann), la hermana de Alice que va descubriendo que quiere ser madre, aunque eso implique de hacerlo sin tener a una pareja a su lado; Lucy (Alison Brie), quien busca obsesivamente a la pareja ideal. Pero cuando todo indicaba que el asunto sólo iba a girar alrededor de lo femenino, aparecen personajes masculinos con sus propios conflictos a cuestas, como David (Damon Wayans Jr.), quien no termina de acomodarse a su viudez y el recuerdo de su esposa; o Tom (Anders Holm), el típico galán que se encama con todas hasta que se le presenta la que podría ser la mujer de su vida, lo que sacude sus estanterías.
Muchos conflictos se acumulan en Cómo ser soltera y eso obliga a la película a cambiar permanentemente su foco y punto de vista, variando en los tópicos: la maternidad, la paternidad, las responsabilidades para con uno mismo y los demás, las amistades, las certidumbres e incertidumbres encarnadas en el matrimonio, los pros y contras de la soledad. Hay mucho discurso en la película y en unos cuantos pasajes poca acción, como si no pudiera despegarse de su fuente literaria, sin darle una carnadura verdaderamente cinematográfica a lo que pretende decir. También hay mucho lugar seguro, demasiadas convenciones y lugares comunes cumplidos a rajatabla, como si el film temiera ofender. Por eso lo mejor surge cuando el relato le permite fluir a los personajes hacia lugares un poco más impredecibles, eligiendo algunos caminos un tanto arbitrarios y a la vez interesantes.
Por eso no deja de ser llamativo cómo durante casi todo el metraje se utiliza al personaje de Robin para el puro lucimiento de Wilson -quien ya debería empezar a explorar nuevas facetas en su comicidad, porque viene repitiendo demasiado sus gestos habituales-, hasta que una vuelta de tuerca hacia el final la pone en otra posición, un tanto forzada, pero aún así no exenta de muchos más matices. Lo mismo se puede decir del protagonismo que tiene Lucy, quien después queda mucho más relegada; y finalmente Alice, que no termina de cumplir con todos los esquematismos posibles, pero le anda muy cerca. La que recorre la vía más coherente, de principio a fin en su aprendizaje, es Meg, lo cual es reforzado por la actuación de Mann, una intérprete de esas que no abundan, por su capacidad para encajar en distintos moldes y siempre quedar bien parada.
Cómo ser soltera es de esas películas que quieren decir muchas cosas a la vez y sólo cuando se dan cuenta de que a veces el camino más apropiado es el de la simplicidad terminan de consolidarse. En el medio coquetea con los códigos románticos más conocidos, usándolos de manera un tanto irónica pero sin terminar de retorcerlos por completo; se apoya en buena parte del andamiaje lingüístico y actoral de la comedia hollywoodense de años recientes; y vuelve a hacer uso y abuso de esa ciudad emblemática que es Nueva York, tierra de las oportunidades tanto laborales como personales, mito urbano con una increíble pregnancia audiovisual que hasta es capaz de construir individuos y tópicos a su propia medida. Entre todo ese pastiche, sólo de a ratos llega a ser un film con todas las letras: la mayor parte es un borrador, un brain storming con muchas ideas dispersas que no componen un todo. Aún con sus momentos entretenidos, con su decente suma de chistes muy buenos y hasta con su voluntad de romper con ciertas superficialidades, Cómo ser soltera es demasiadas películas juntas, cuando apenas necesitaba ser una sola.