Parte de guerra de los tiempos del sida
La película pasa del sentimiento trágico y la desolación a la fe en el combate primero, el divisionismo más tarde y la épica finalmente. Un film de guerra, pero también manual práctico de responsabilidad civil y organización política.
El gran redescubrimiento literario de las últimas décadas es la crónica, formato que permite reconstruir apelando a técnicas de ficción. Por algún extraño motivo, esa ola no ha pasado como tal al cine, aunque el cine y la crónica comparten una misma naturaleza, la de ser hijos del tiempo. El cine cuenta además, desde sus mismísimos comienzos, con el campo específico del documental para abordar lo real. Junto a films de Jonas Mekas, Avi Mograbi y el francés Sylvain George, Cómo sobrevivir a una plaga es uno de los casos más notorios de crónica cinematográfica. El film, coescrito y dirigido por David France, narra la batalla contra el sida de los años ’80 y ’90, sobre la base de material filmado (grabado, más precisamente) en vivo. La batalla contra el sida o el epicentro de ella, dicho esto tanto en sentido científico como político y de acción directa. Los protagonistas de Cómo sobrevivir a una plaga son un grupo de activistas neoyorquinos que mediante una agitación incesante llegaron a convocar multitudes, convenciendo al renuente sistema político y cultural de la época, en el sentido de que esa guerra debía darse. Y darse ya.
“Caído” sobre la cartelera un poco por sorpresa, con su director llegando recién la semana próxima para dar notas, este film de casi dos horas de duración debutó en la edición 2012 del Festival de Sundance, recorrió gran cantidad de festivales durante el año pasado, estuvo nominado al Oscar en su categoría en la última premiación de la Academia y su tardío estreno no es exclusividad local: en países centrales, como Alemania o Gran Bretaña, también acaba de hacerlo. Aquí se estrena en una única sala, la del Cosmos, por el sistema de proyección en DVD. Documental de batalla, es absolutamente coherente que la forma de Cómo sobrevivir a una plaga sea la más simple y directa del mundo. Se trata de narrar la batalla contra el sida, desde el momento en que comienza a librarse hasta que se logran los primeros resultados positivos. Como si se tratara de un informe desde el frente, la batalla se narra cronológicamente y con las herramientas con las que se cuenta. Básicamente, las filmaciones hechas por los propios activistas, montadas de modo tal que la experiencia se vive como si estuviera sucediendo ahora.
El protagonista de Cómo sobrevivir a una plaga es el colectivo Act Up, fundado a mediados de los ’80 para enfrentar, resistir y combatir ese virus nuevo, que deja manchas en la piel, barre con las defensas y termina en la muerte. La terminología bélica no es casual: Cómo sobrevivir a una plaga funciona como parte de guerra. Se pasa de la derrota, el sentimiento trágico, la desolación, a la fe en el combate primero, el divisionismo y la sospecha más tarde, la épica finalmente. Film de guerra, pero también manual práctico de responsabilidad civil y organización política desde la base. Act Up no cuenta con otro apoyo que no sea algún bioquímico lúcido o alguien con cierta influencia comunicacional, como la ex gerenta de noticias de la NBC Ann Northrop, el escritor Larry Kramer o el dramaturgo Jim Eigo. El enemigo es enorme y variado. A la enfermedad en sí, que de año en año crece exponencialmente en número de víctimas (impresionantes los carteles fechadores, que permiten verificar el ascenso exponencial de la cifra de muertos anuales, que pasa de 500 mil a 8 millones), se le suman la desinformación, la indiferencia, la falta de conciencia del grueso de la sociedad y, sobre todo, lo reaccionario de buena parte de la clase política estadounidense. Recuérdese que la plaga se desencadenó en los años que van del cowboy Reagan a Bush padre. Incluyendo a Edward Koch, intendente de Nueva York, que cree que los homosexuales se la tienen bien ganada.
La lucha de Act Up, que en algún momento se dividirá, dando lugar a un desprendimiento llamado TAG, es ejemplar. Cómo sobrevivir a una plaga no le pierde pisada. Los activistas exponen con pasión y lucidez en las asambleas, salen a la calle, marchan a tomar el ayuntamiento, ingresan en la Catedral de Nueva York para denunciar como asesino al cardenal discriminador, escrachan en un gigantesco acto público al mismísimo presidente de la nación (Bush Sr., que juega al golf mientras las cifras de muertos se disparan), agitan con imaginación y decisión: cubren con un forro gigante la casa de Edward Koch, llaman a los asistentes a un acto de lo más heterogéneo a “levantarse y quedarse de pie” en signo de protesta, se dejan caer como muertos en la nave de la catedral, tratan de “asesino” al gerente de un gigantesco laboratorio multinacional, contrabandean drogas ante la inercia oficial, investigan por su cuenta. Libran, en suma, una batalla cívica ejemplar, cuyo ejemplo vendría muy bien imitar, en cada ocasión en que los poderes se queden de brazos cruzados, observando cómo la población se enferma, sufre y muere.