Cuando los amigos no lo son tanto.
La ópera prima del argentino Lucas Santa Ana podría tratarse de un relato de iniciación, aunque Adrián, Daniel y Santiago –los jóvenes protagonistas de veintipocos– tal vez estén algo grandes para eso. Podría ser una comedia, pero no tanto: hay mucho drama en la historia de este trío de “mejores amigos” que se van a la playa, en carpa y en temporada baja, para pasar tiempo juntos y encimados (y mientras más se amontonan, mayor la posibilidad de que los roces acaben en choque). Hay algo de búsqueda de identidad, viajes interiores y dudas existenciales; historias cruzadas, deseos al rojo, celos y la imperiosa necesidad de querer y ser queridos como elementos comunes a todos. Colectivo del que no debe excluirse a Juli, la chica que conocen en el camping, el catalizador que precipitará las acciones. La chispa que faltaba para hacer arder el combustible acumulado entre ellos.
No porque se trate sólo de una historia en la que los machos se disputan los favores de la hembra, sino porque su aparición potenciará inseguridades y deseos. Eso hace que se multipliquen los juegos de seducción (y sexuales) entre los chicos y la chica pero también entre ellos, porque si algo queda claro es que este es un relato de despertar gay. Como una novia sin sexo (reveladora frase que ellos usan para definir lo que creen que significa “ser amigos”) presenta de modo verosímil esa etapa de la vida en la que el miedo disfraza de duda hasta las certezas más evidentes.
El relato se estructura a partir de dos registros en los que el uso de la tercera y la primera persona son puestos en tensión. La primera de ellas habita en la cámara del director, quien observa a distancia, sugiriendo una falsa imparcialidad. La segunda corresponde a lo que uno de los propios chicos filma con su cámara portátil. Los registros se diferencian además por el formato de pantalla (uno apaisado; el otro en el cuadrado tradicional del video) y porque en las imágenes tomadas por el personaje aparece la fecha sobreimpresa, con la tipografía de las viejas videocámaras. Según esas fechas, los hechos narrados datan del 10 de noviembre de 1996; es decir, literalmente 20 años antes del estreno de la película, ocurrido justo ayer.
Como una novia sin sexo logra generar empatía (por las situaciones más que por los personajes), pero también incomodidad. Sobre todo por el destino que le reserva a Juli. Es decir, el lugar que le toca a lo femenino en este universo, porque el film sólo parece realmente preocupado por los conflictos de sus personajes masculinos, reduciendo el rol de la mujer al de mero elemento disruptivo que se descarta tras ser usado. Sea por acción u omisión, los tres chicos acaban maltratándola de todas las formas posibles: física, sexual, verbal, emocional. Todos obtienen de ella lo que quieren, pero se desentienden de su destino final, sin dudas el más amargo de los cuatro. En ninguno de los varones involucrados, incluidos el director y el guionista, hay atisbos de piedad por lo que pudiera pasarle a ella y esa decisión forma parte fundamental de la obra y de la mirada del mundo que representa.