La película que vamos a ver a continuación ha nacido como muchas otras: con un apoderado empresario, con un megalómano no-necesariamente familiarizado con las artes cinematográficas, pero movido por el irrefrenable impulso de trascender. El hombre, elegantemente plantado en su amplio despacho, se acerca al ventanal y deja que su vista se pierda en el horizonte infinito que se atisba desde las alturas de una torre de cristal que, por supuesto, es de su propiedad. Ahí, en ese momento, surge la idea, y así prende la mecha: el mecenas, perdido en una visión inconcreta, es incapaz de establecer contacto visual con ese secretario que, a fin de cuentas, será el encargado de ponerlo todo en marcha.
Pero la primera imagen que hemos visto, como no podía ser de ninguna otra manera, ha sido la del retrato de un payaso triste, o sea, un personaje que debería hacernos reír, pero que a la práctica llama a sentimientos opuestos: a la incomodidad, a la vergüenza ajena, a la depresión. El cine de Mariano Cohn y Gastón Duprat se siente cómodo vagando por la fina línea que separa unas pulsiones de las otras. Actitud post-humorística (en la decisión de querer reírse de aquello que en principio no debería ser gracioso) empleada de nuevo para mirarse al espejo. Total, que la dupla argentina vuelve a burlarse de su propio reflejo.
Competencia Oficial es una sátira meta-fílmica que retrata el proceso de gestación de la que está destinada a ser una de las mejores películas de la Historia (la razón por la que, recordemos, el rico empresario será reconocido por los siglos de los siglos). La producción, como otras muchas hermanadas en el método de concepción, se justifica en la glotona aglutinación de talento. Se trata de la adaptación para la gran pantalla de una prestigiosa novela de un Premio Nobel de Literatura, dirigida por la realizadora más reputada de la autoría internacional e interpretada por los actores más famosos de la escena mediática y experimental.
Del mismo modo, la película que estamos viendo nosotros implica el hermanamiento de nombres ilustres del panorama latinoamericano: Cohn y Duprat repiten con Oscar Martínez, y se estrenan con Antonio Banderas y Penélope Cruz. Esta última, por cierto, aquí bien podría ser una suerte de alter ego de Lucrecia Martel. Además, el productor (en la vida real) es Jaume Roures, magnate catalán destinado a poner su nombre en alguna avenida barcelonesa, a razón de sus más o menos peregrinas aventuras en el mundo de la política, de los deportes y, claro está, del arte.
Todos los elementos, dentro y fuera de la pantalla, hacen lo posible para mezclarse los unos con los otros. De hecho, Competencia Oficial está trufada de escenas en las que la toma general coexiste con el primerísimo primer plano, y en las que los personajes se confunden con los de al lado… mientras sus acciones se empeñan en burlarse, una y otra vez, de la barrera que separa la ficción de la realidad. Cohn y Duprat en su salsa, disparando cual simios armados con una metralleta: indiscriminadamente, sin pensar demasiado (o nada) en las implicaciones de sus actos… o ni tan siquiera en el por qué los están perpetrando.
Cine de situaciones que en realidad son viñetas. Un chiste nos lleva a otro, sin demasiada voluntad de tocarse con el siguiente, o con el que venía antes. Competencia Oficial tiene el encanto (pero también el engorro) de la puerilidad, la de esas mentes infantiles incapaces de distinguir las causas de las consecuencias; los crímenes de sus posibles castigos. Ahora vemos una trituradora engullir preciadísimos galardones cinematográficos con sus fauces metálicas, ahora vemos a una cineasta bailando el nuevo baile de moda en TikTok, ahora vemos a dos intérpretes jugarse el pellejo bajo una roca “damoclesiana” de un par de toneladas de peso.
Mariano Cohn y Gastón Duprat se pasean por los no-espacios de la creación artística, dirigiendo nuestra mirada hacia sus vacíos rincones, sin mucho que decir con dicho gesto; simplemente apuntando hacia lo que puede despertar la risa primitiva, simple, efímera. Bien pensado, en la manera que tiene Competencia Oficial de auto-boicotearse a sí misma (a la hora de tirar las bromas a destiempo, en la tosca dirección actoral, o en la repetida incisión en golpes de efecto que se ven venir a la legua), se puede intuir el que quizás sea el verdadero chiste magistral del conjunto. El que de algún modo lo justificaría todo.
A sabiendas de lo que estos dos directores opinan del prestigio (ese motor, pero también esa prisión), no es nada descartable la lectura de la película en clave de Caballo de Troya plantado en las mismísimas oficinas de Mediapro, el imperio de ese omnipotente empresario que, sin salir de las sombras, quiere que todo el mundo le recuerde. Es como si todo estuviera condenado al más estrepitoso de los fracasos, pero ahí está la criatura, en la “Competencia Oficial” de Venecia, disputando un León de Oro condenado a ser arrojado por el retrete… jugosísima guinda para que Cohn y Duprat sigan riéndose de todo el mundo.