LA HOGUERA DE LAS VANIDADES
El arte siempre está presente en el cine de Gastón Duprat y Mariano Cohn: la pintura (El artista), la arquitectura (El hombre de al lado), el arte contemporáneo (Mi obra maestra), la literatura (El ciudadano ilustre). Pero más que el arte, o la experiencia artística o creativa, a los directores argentinos les interesa lo que el arte y los artistas connotan, y la hipocresía que rodea todo el asunto. Todas estas películas son comedias de una u otra forma, y muy especialmente sátiras: hay algo despiadado en Cohn y Duprat, casi misántropo en la selección de personajes miserables, cínicos; seres que desprecian a los demás y, en ocasiones, lo que ellos mismos representan o el mundo que habitan, como le pasaba al personaje de Luis Brandoni en Mi obra maestra. Lo que hace funcionar a estas películas, más allá de una puesta en escena que en ocasiones puede ser fría o distante -y que por eso generan un nexo extraño con el humor-, es que en todos los casos el mundo del arte (y de los artistas) es puesto en fricción con el mundo exterior, con espectadores, lectores, públicos; en definitiva con una cultura. Eso permite algún tipo de identificación, por más que uno pueda disgustarse con la mirada que Cohn y Duprat tienen sobre el mundo.
En Competencia Oficial finalmente se meten con el cine, con los egos y las vanidades de sus integrantes: directores, intérpretes, productores. Con una puesta en escena más ascética que de costumbre, lo que registran aquí los directores es la serie de ensayos en la preparación de una película prestigiosa basada en un libro prestigioso, y producida por un empresario que quiere ser recordado para la posteridad por esta obra. Casi en un único espacio, la película plantea los métodos de trabajo de una directora/autora consagrada, que reúne a dos actores, uno que es un maestro de actuación y otro que es una estrella popular, lo que servirá para progresar en ese caldo de cultivo de las miserias que suele ser el cine de Cohn y Duprat. Los tipos se desprecian, la directora se manifiesta a base de caprichos insoportables. No deja de ser divertido (y hasta emocionante) el esfuerzo de Penélope Cruz, Oscar Martínez y Antonio Banderas por darle a sus personajes más dimensiones de las que tienen: la sinopsis de Competencia Oficial ya nos sintetiza a este trío de criaturas construidas en base a puro estereotipo y la película no hace nada por salir de esa pereza en la representación de la directora caprichosa, el actor esnob y el actor populachero (la clave son las escenas supuestamente cómicas: todos los chistes son de una obviedad pasmosa). Uno tiende a pensar, por lo tanto, que Competencia Oficial solo podría funcionar en un público que padezca cierto nivel de soberbia intelectual, que lo ponga por encima de los demás y que vaya al cine a confirmar sus prejuicios.
Ahora bien, uno podría discutir un montón de cosas de las películas anteriores de Cohn y Duprat, pero no dejaban de ser películas que interpelaban al espectador hasta incomodarlo, que se atrevían a pensar aspectos sociales o políticos en el contexto de los personajes. Aquí no hay nada de eso, incluso adivinamos cierto confort en darle al espectador lo que el espectador más o menos quiere (que los del cine son todos son unos soretes). Si El hombre de al lado se permitía cierta humanidad en el personaje de Araoz, si El ciudadano ilustre podía conectar con un espectador anti-peronista y pensar aspectos del cine costumbrista, si Mi obra maestra podía jugar con el subgénero de las películas de estafas, Competencia Oficial no es más que un reptil que se muerde la cola. No hay un mundo más allá de estos personajes, es todo de un nivel de ombliguismo que termina asfixiando al relato, algo a lo que ayuda además la casi única locación y el aspecto quirúrgico de la puesta en escena. Es una sátira a un tipo de cine mientras se edifica a sí misma como un cacho de mármol pensado para colarse en los festivales de cine. Y uno no sabe si Cohn y Duprat son conscientes de la hipocresía que destila la película o directamente se regodean en esa hipocresía.