El comienzo de Cómplices parece sentar las bases de un thriller convencional: algunos planos describen el marco urbano hasta llegar a un cadáver que yace al borde de un río. Pero la película asume enseguida la banalidad de la intriga policial como excusa para vincular a los cuatro personajes centrales y se vuelca hacia la vida sentimental y sexual ambigua que los une. El plural del título remite a una doble confrontación entre el amor fou de dos jóvenes y el aprecio de una pareja de policías maduros. Las piezas del rompecabezas revelan una suerte de melancolía social en la que la tensión depende de los sentimientos que se ponen en juego. Al compás de las investigaciones, el pasado reciente vuelve en breves flashbacks luminosos y sensuales con la mirada intensa y el cuerpo vibrante de los dos enamorados apenas salidos de la adolescencia.
Rebecca y Vincent se conquistan con un cruce de miradas en un cibercafé. Poco tiempo después, Vincent le confiesa a su novia que vive de la prostitución para la alta sociedad. Rebecca, luego de una pequeña crisis, se une a él para satisfacer la libido y los fantasmas de la clientela. Sobre este terreno se desarrollan los mejores momentos de la película. Mediante una puesta en escena empática y sensual, el director genera una cercanía con los cuerpos desnudos que puede llegar su máxima intensidad con una simple mirada entre los dos amantes sobre el hombro del cliente.
Los amores y deseos extremos de los jóvenes perderían espesor si no encontraran un bello eco en el dúo de policías interpretado por los extraordinarios Gilbert Melki y Emmanuelle Devos. A la pareja fogosa e inconsciente responden los otros dos cómplices unidos por los vínculos del trabajo y una prudente amistad. La película respira con el contraste y amplía su paleta mezclando la preocupación casi paternal con una ligereza de tono cercana a la comedia sentimental. Los policías evacúan la tensión del día (y su frustración sexual) jugando al ping pong o ironizando sobre su celibato. Karine busca su alma gemela en Internet pero solo consigue frustraciones. Hervé profesa una suerte de renuncia e inhibición ante lo sentimental, como si hubiera elegido ser tibio y apagado para protegerse. Las vueltas de la investigación y los detalles del asesinato alimentan su postura y dan forma a un retrato agridulce. Pero a pesar de la desilusión, una huella de deseo parece siempre subsistir en ellos. En esa llama frágil reside también el encanto de la película.