“Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente? ¿Es todo ‘él’ lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí?”. El texto es parte de Fragmentos de un discurso amoroso, uno de los libros más célebres del filósofo francés Roland Barthes, y aplica a la perfección a los objetivos que se trazó Claire Denis para esta película estrenada en la última edición del Festival de Berlín, donde la veterana cineasta parisina fue premiada con el Oso de Plata a la Mejor Dirección.
Presentadora de un programa de entrevistas radiales, Sara (Juliette Binoche) vive con Jean (Vincent Lindon), una ex estrella del deporte que ha estado en prisión por un delito no especificado en la película y tiene un hijo adolescente con el que se avecina una crisis evidente: fruto de una relación con una mujer de color, el chico vive una adolescencia incómoda por la ausencia permanente de su padre, quien delegó su cuidado en una abuela atildada y generosa que no puede controlar del todo la situación. Es una línea argumental que Denis plantea apenas como contexto, porque el foco está puesto en otro asunto, la revolución interior que le provoca a Sara el reencuentro fortuito con François (Grégoire Colin, habitual en los elencos de los films de Denis), un viejo amor cuyo influjo renace inesperadamente y con una pasión arrolladora. Para colmo, François y Jean trabajan juntos.
Lo que podría ser material para un melodrama convencional es otra cosa en manos de esta directora que ha trabajado mucho y de diferentes formas el tema del cuerpo y el deseo -pensar en Bella tarea (1990) y la pulsión del amor homoerótico en el rugoso ámbito de la Legión Extranjera o en el canibalismo erótico de Trouble Every Day (2001)-. Vemos cómo Sara -un trabajo realmente exquisito de Binoche, que suma su tercer colaboración con Denis, luego de Un bello sol interior (2017) y High Life (2018)- va experimentando todo eso que luce a primera vista contradictorio, difuso, difícil de explicar. Se la nota satisfecha con su matrimonio, pero al mismo tiempo es tangible que se siente atraída magnéticamente por un hombre que hasta hace nada era solo parte del pasado. Y es capaz de ocultar la verdad a su pareja y al mismo tiempo indignarse con sus fundadas sospechas. Pero no es tanto el tema de la fidelidad lo que le interesa a Denis, sino el de la deriva anárquica del deseo y lo que alguien puede hacer cuando ese fuego interior apremia. Con un aporte muy valioso de Eric Gautier (director de fotografía que han convocado entre otros Agnés Varda, Olivier Assayas, Leos Carax y Sean Penn), esta solvente cineasta sabe cómo capturar la intimidad de sus personajes, apoyándose en planos cortos, cerrados, que revelan en cada gesto una emoción intensa y nos permite empatizar con ellos antes que juzgarlos.