La veterana directora francesa Claire Denis ha dirigido trece películas en total a la fecha. Como marca de autor, sus personajes son seres ciertamente marginales que se mueven en un territorio hostil. Denis, de setenta años de edad y con total prestancia, retrata los complejos mecanismos que caracterizan a las relaciones humanas y la sensualidad omnipresente en su mirada del mundo es otro rastro inconfundible de su filmografía. Todas estas variables confluyen en su más reciente obra: “Con Amor y Furia”. Las dimensiones que alcanza un asunto doméstico que involucra a un tercero en discordia describen el abismo emocional al que accede una pareja de mediana edad. Un giro melodramático al mejor estilo Douglas Sirk irrumpe en la trama, enmarcando el regreso de una sombra del pasado, y un magnífico tour de forcé de sensaciones a cargo de dos glorias vivientes de la actuación a nivel mundial.
Dos titanes de la interpretación como Juliette Binoche – quien rueda junto a Denis por tercera vez, luego de “Un Bello Sol Interior” (2017) y “High Life” (2019)- y Vincent Lindon otorgan intensidad a este poderoso drama vincular. El pasado vuelve, siempre. “Con Amor y Furia” -adaptación de la novela de Christine Angot, “Un tournant de la vie”) nos habla acerca del reconocimiento y la aceptación de los impulsos (y las respectivas consecuencias) que nos mueven. Los sentimientos confundidos de la pareja protagonista se revuelven en una madeja de engaños. El punto de vista de la autora se posa sobre ella, una mujer de cincuenta y pico que decide ser fiel a sí misma y descubrir qué siente. La inseguridad parece desbordarla, ella envidia a la ex mujer de su actual compañero. Aunque en el presente ocupe ‘ella’ el rol de la mujer de la calle Ámsterdam, y viva cómodamente en sus estructuras. Él la contiene y resuelve casi todo.
Hasta que regresa a la ciudad un antiguo amor que involucrara, de modo tangencial, sus respectivas vidas diez años atrás. Las aguas en las que está a punto de sumergirse Sara ya no están tranquilas como en aquel primer plano del film. Ahora es ella quien repite su nombre (el de ‘el otro’) en silencio subiendo en ascensor, ¡oh, mon amour! Con sus manos aprieta el propio pecho y ese contacto (anhelo) físico) lo dice todo. La suya es una lucha de cuerpo y alma contra la auto represión. La vida privada está a punto de autodestruirse, al tiempo que, incontenible, recobra el sentido de las lágrimas y de la piel. El día a día se trastoca cuando la atracción se torna inevitable. La examinación es moral: ¿de quién es la mano que tomamos? ¿a quién decimos amar mirando a los ojos? ¿A quién elegimos para compartir la vida? ¿podemos amar a dos personas en simultáneo? “Con Amor y Furia”, rodado en tiempos de pandemia -aspecto que la ficción se encarga de remarcar- deposita en nosotros inmensos interrogantes, a medida que cobra cuerpo de drama poderosísimo.
¡Ah, volvieron esas noches de amor y miedo!, de temblar esperando el llamado, de mojarse y hablar por teléfono a escondidas bajo las sábanas. Eso nos (se) dice, mientras se mira al espejo, desnuda. La infidelidad es tan antigua que explica mitos y leyendas. Aquí, implosiona en la dinámica de una pareja madura. El equilibrio suele ser frágil y dista de la postal idílica de los primeros minutos de metraje. Hay sociedades que mejor no deberían ser…la fortuna en los negocios se torna su anverso en materia del corazón. Denis plantea el asunto con extrema complejidad y sutileza. ¿El acuerdo conyugal equivale a prisión? ¿Se trata de cumplir esa dulce condena? ¿Quién es recluso, al fin? ¿Qué cuentas pasadas están a punto de saldarse? Como espectadores, no tendremos todas las respuestas y la moneda tiene dos caras. Obligación o dispersión.
Ganadora al galardón de Mejor Dirección en la última edición del Festival de Berlín por el presente largometraje, la cineasta Denis recurre a reconocibles huellas personales. La vertiginosa mirada urbana y el recorte social que se posa sobre aspectos como la inmigración y las minorías raciales estarán presentes en el film, encontrando alternancia -más o menos uniforme- en medio de un relato que centra su atención en el triángulo amoroso descripto. El rol de la mujer es examinado sin concesiones, las pasiones mueven a sus personajes y la mirada de la autora pivota entre las convenciones masculinas y femeninas que aborda para luego dinamitar. ¿Puede Sara jugar a dos puntas en las propias narices del propio Jean? ¿Debe Jean entregar su preciado trofeo en bandeja de plata solo porque su confianza es infinita? ¿Sabrá Francois aprovechar la ocasión y abalanzarse sobre la carnada más obvia que se ha posado delante de sus propios ojos? Su ex cumple ahora el rol de amante…
Cuidado con los dispositivos, podrían borrar toda evidencia y compromiso de un plumazo o torcer los planes amorosos; aunque amoroso, en realidad, es una palabra que adquiere notable ambigüedad; el cuchillo siempre tiene dos caras y lastima sin dudar. ¿A quien ama Sara? ¿Ama, realmente, Sara? Lo que vemos, finalmente, no es oro que reluce en la cotidianeidad de una convivencia resquebrajándose. El deseo, que nunca es ingenuidad, es el capitán de un barco que acaba huyendo hacia ninguna parte. ¿Quién lleva el timón cuando la mentira se torna rutina? ¿Cómo sostener la farsa y enmascarar propósitos? En tiempos donde impera la soledad, la repulsión y la culpa, el ser fiel a lo que sentimos se convierte en un personaje más. Se es fiel a la realidad, aunque los pliegues sean infinitos. El dilema ético nos sacude, nos ponemos en los zapatos de cada uno de los personajes intervinientes en esta regla de tres escrita con calentura. ¡Qué triste la realidad!, dice Sara, en brazos de su amante, recordando aquellos viejos tiempos, solos en una habitación. Es hora de volver a casa.
Víctima del desconcierto y balanceándose en el desequilibrio que describe a sus días, el personaje de la excepcional Binoche, brindándonos una de sus más intensas interpretaciones en mucho tiempo -lo que no es poco decir-, describe a una mujer que antepone a sus estructuras consolidadas el hecho de sentirse deseada y busca alcanzar su verdad impostergable. Aunque para ello se preste a jugar un peligroso juego. Incluso a manipular y herir, viendo en su compañero la necesidad de controlar que a ella le provee excusas pasajeras.; proyecta en su pareja la contradicción interna que la agobia. Aunque, en verdad, se está traicionando a sí misma. Dice que necesita tiempo para pensar y recuperar el aliento, entre oración y oración. Pero ya son dos gritándose sin escuchar. Porque no hay nada más que hablar. Y en el buscar justificarse se empantanan, hasta que Jean (el formidable Lindon) coloque en su boca palabras que valientemente Denis aprueba, resignificando por completo el film. Zorra, prostituta. La escena nos pone la piel de gallina. Él muestra su amar genuino y poco más tiene qué hacer en este juego salido de cauce. Sin tarjeta de crédito en mano, pero con la dignidad intacta, la salida es por la puerta de adelante. Los deberes de padre esperan, allá afuera en la vida…y hay un mundo que se desmorona. ¿Qué partido tomamos?