Es otra estúpida película americana
No hay nada malo per se con que un guionista se meta en su propio guión. Hay una forma ingeniosa y una forma indulgente de hacerlo. Charlie Kaufman, por ejemplo, complejiza el proceso creativo de sus historias al meterse en ellas. Es el guionista que escribió El ladrón de orquídeas (Adaptation., 2002), acerca de cómo no puede escribir la película que estamos viendo, y Todas las vidas mi vida (2008), en la que se hace una puesta en abismo entre la vida y el arte.
Del otro extremo se encuentra Con derecho a roce (Playing It Cool, 2015), una comedia romántica en la que un cínico protagonista debe escribir una comedia romántica, así como los Sres. Chris Shafer y Paul Vicknair probablemente escribieron esta película por encargo y de mala gana. El metalenguaje no se detiene ahí: el protagonista (Chris Evans) es además el narrador de la historia, y se identifica simplemente como ‘Yo’.
La indulgencia es tal que el ‘Yo’ de los guionistas es guapo, gracioso, adinerado e increíblemente exitoso con cuanta mujer alguna vez intentó seducir. Además tiene la manía de proyectarse en cuanta historia romántica le cuentan (¿así como los guionistas se imaginaron en el lugar de Evans?), un gag que no es muy gracioso. El único defecto de Evans, ay, es no creer en el amor. Pero entonces conoce a ‘Ella’ (Michelle Monaghan). La femme de cualquier comedia romántica debe estar por encima de la etiqueta social, y efectivamente al conocerse en una recaudación de fondos Ella le desafía a escandalizar a los vejetes de la gala y flirtear con ellos. Esto lo enamora. ¿Será posible que esta mujer tan traviesa y peculiar sea la indicada?
Hay algo sumamente infantil en el comportamiento de estas personas. A lo largo de la película hacen y dicen cosas con la idea de mostrarse tiernos y ocurrentes, pero todo resulta forzado y fuera de lugar. Son treintañeros comportándose como si todavía estuvieran en la secundaria, actuando por capricho, inventando problemas donde no los hay y enfrentando convenciones que deberían serles indiferentes desde hace por lo menos veinte años. No tienen una sola conversación inteligente ni comparten nada que nos indique por qué estas dos personas se enamorarían, excepto el hecho de que son las dos personas más sexies de todo el elenco.
Los diálogos son un problema. Él tiene un séquito de amigotes, todos escritores, que le hacen de coro (Topher Grace, Luke Wilson, Aubrey Plaza). No dicen una sola cosa ingeniosa en toda la película. Pelotean ideas, así como los guionistas habrán peloteado, pero jamás pasan de ser interesantes a graciosas. Un personaje dice que Ghost, la sombra del amor (1990) es la película más romántica de todos los tiempos. Otro retruca, con absoluta seriedad, que es Terminator (1984). El primero se ofende. Ése es el chiste. Alguien como Quentin Tarantino hubiera minado oro con esa conversación, la hubiera llevado a dónde ningún escritor ha llevado jamás un diálogo. Pero no. Con derecho a roce no se mete en aguas más profundas que un tobillo. Ello requeriría talento, técnica, ambición aunque sea. Cuando llega la parte en la que Ella se tiene que enojar con él, se ensaña con algo tan banal que ni Monaghan puede hacer de la escena creíble.
Es un problema recurrente: actores competentes con material tan malo que no pueden hacer más que hundirse en cada escena. Monaghan está tan por encima del papel de dreamgirl ciclotímica que da vergüenza ajena verla. Y lo de Evans sería menos humillante si ya no hubiera parodiado este mismo tipo de estúpidas películas americanas en No es otra estúpida película americana (Not Another Teen Movie, 2001). Hace 15 años corría hacia un aeropuerto en busca de su enamorada, todo en chiste. Hoy lo hace en serio.
Lo poco que funciona de la película viene de sus protagonistas y a pesar del diálogo que les toca recitar, en la historia que les toca interpretar. A pesar de todo, Chris Evans y Michelle Monaghan tienen cierta chispa juntos. A pesar de todo, algunos chistes funcionan. Pero nada aquieta la sospecha de que a todo momento estamos viendo la fantasía pretenciosa e inelegante de los dos tipos que ni se molestaron en ponerle nombre a su protagonista.