Con el cine afuera
Hay algo peor que reciclar elementos ya probados en otras películas: que ese “copy y paste” cinematográfico salga mal. Eso es lo que ocurre con este film de terror, cuyo mayor mérito es haber costado apenas un millón de dólares y recaudado ¡34 millones! en sus primeros tres días en cartel en las salas norteamericanas (gran logro de los expertos en marketing, sin dudas).
Este subproducto de William Brent Bell apuesta al “ingenio” narrativo (el falso documental, el found-footage, las imágenes de las cámaras de seguridad; es decir, todo aquello que arreció luego de los éxitos como las sagas de El proyecto Blair Witch, Actividad paranormal o REC) y se mete con tópicos de un género que está demostrando gran poder de convocatoria como el thriller religioso (léase desde el clásico El exorcista hasta las más recientes sucesos de El rito o El último exorcismo).
El problema es que en esta idea de mover las piezas sobre el tablero las jugadas no salen bien: la película no atrapa, no asusta y lo que en principio se presenta como un ejercicio de estilo termina siendo cualquier cosa (no se sabe quién filma porque el punto de vista cambia). Así, la factura es pobre; la narración, torpe; y el resultado, aburrido.
Les debía la “sinopsis”: una chica filma un documental sobre el caso de su madre, encerrada en un neuropsiquiátrico de Roma luego de haber asesinado a tres personas ¿Por qué en Italia? Porque supuestamente lo hizo bajo la influencia del mismísimo Diablo. La protagonista viaja hasta allí junto a un camarógrafo y, con la ayuda de curas exorcistas y médicos, intentará desentrañar el misterio con… terribles consecuencias.
Lo mejor del film es una escena de exorcismo con una contorsionista (una doble, claro) que hace cosas increíbles con su cuerpo. Pero ese no es precisamente un mérito cinematográfico. El resto… El resto es sencillamente descartable.