Mónica es una bailarina y coreógrafa de 47 años radicada en Buenos Aires y nacida en una pequeña localidad del norte de España a la que no vuelve hace 20 años. La grave enfermedad de su padre la obliga a regresar a aquel lugar que ya no le pertenece. Allí están su madre y el resto de una familia que desconoce. Será, pues, un tiempo para recomponer los vínculos quebrados por la distancia y el tiempo.
Las cosas no salen bien para Mónica, quien llega momentos después de la muerte del padre. Ella se siente visiblemente ajena a las circunstancias, pero un pedido de la madre la obliga a modificar sus planes a futuro: la casa es muy grande y ya no tiene sentido mantenerla, por lo que hay que iniciar los trámites de sucesión para venderla lo antes posible.
Así se plantean las cosas en este drama familiar intimista, doloroso, profundamente elegíaco que es Con el viento. Estrenada en la última edición del Festival de Berlín, la película de Meritxell Colell Aparicio despliega un universo íntegramente femenino de silencios que comunican mucho más que las palabras. El peso del vacío, la certeza del cierre de una etapa y las heridas del pasado, entre otras cosas, aflorarán durante la estadía de Mónica en el viejo caserón.
Como en Verano 1993, película con la que comparte varios puntos de contacto, incluyendo paisajes rurales y poco habitados como centros de la acción, Con el viento apuesta por un relato naturalista, sin grandes estridencias ni picos dramáticos, centrado en el devenir de lo cotidiano. Es, pues, una ficción que a partir de un registro casi documental –no parece casual que Colell Aparicio provenga de esa vertiente- penetra la coraza de esas mujeres en pleno duelo y con el desarraigo manifestando sus primeros síntomas.
Una hermana enojada por la ausencia, una sobrina que observa atónita cómo se resquebrajan los cimientos de la convivencia y una mujer combatiendo sus propios fantasmas y culpas son algunos de los pilares narrativos de un relato que se construye a fuerza de detalles sutiles, de miradas y gestos. Una muestra de que no hacen falta subrayados ni explicaciones para despertar emociones genuinas en el espectador.