Un estado de sensaciones
Filmada entre Buenos Aires y la región española de Las Loras, la ópera prima de ficción de Meritxell Colell Aparicio, Con el viento (2018), sigue el derrotero personal de una bailarina que, al enterarse de la muerte de su padre, se enfrenta a un pasado familiar y espacial que la tuvo ausente durante dos décadas.
Mónica, una reconocida coreógrafa, regresa a un pueblo burgalés tras 20 años de ausencia para visitar a su padre enfermo. Al llegar, el patriarca ya está muerto y su madre le pide quedarse para vender la casona familiar. Mientras espera para regresar a Buenos Aires, Mónica se reencuentra, entre reproches y vinculos rotos, con su madre, su hermana y su sobrina.
Con el viento se enmarca dentro de ese tipo de películas que se corren de los límites entre la ficción y la verdad. Colell retrata de manera magistral una ficción ambientada en una zona rural con personajes sosegados, como salidos de otro tiempo, en un registro cercano al documental de observación en su estado más puro pero que en su matriz resulta la más legítima ficción.
La cineasta, de una sensibilidad extrema para lo sensorial, se alimenta de los silencios de sus personajes para penetrar en el caparazón de la protagonista (la coreógrafa Mónica García), una actriz que apela a la comunicación corporal, manifestando en cada gesto, por más mínimo que sea, la evolución de un personaje que busca expiarse tanto de su familia como de un pasado compuesto por un paisaje adverso que retorna a su vida como el peor de los miedos.
En Con el viento, Colell transmite un abanico de sensaciones recurriendo a una cámara en mano y primeros planos constantes, cada escena es una coreografía que parece diseñada por su protagonista, aun cuando la quietud de los parajes nevados se apodera de las escenas marcadas solamente por el compás de la música que emana del viento.