AGITAR LO INMUTABLE
A Leo se lo ve sofocado, arrinconado entre los azulejos blancos del baño de la facultad en la que da Literatura y uno de los bordes con cocaína de la tarjeta SUBE. Duda, mira para ambos lados hasta que la pantalla se funde a negro, aparece el título del filme y, de fondo, se escucha la aspiración. Luego, toma un poco de agua de la canilla, borra todo posible rastro nasal y se toca el pelo, su gesto característico. La cámara acompaña el agobio situándose sobre la nuca, de espaldas o mediante el uso de planos cerrados que realzan el halo autodestructivo que lo sigue de cerca por los pasillos, en la calle, en los espacios que habita y a través de actitudes que profundizan esa crisis interna.
Esto se sostiene gracias a una construcción minuciosa de las huellas del pasado estático e inmutable del protagonista de Con este miedo al futuro como las escasas búsquedas de departamento para mudarse, el ambiente tenso en la convivencia con la ex –él durmiendo en el sillón o cada uno saliendo de noche por separado, por ejemplo–, el trato amistoso con la dealer, la “falta de inspiración” para escribir durante cinco años, las críticas hacia los alumnos en clase, las protestas de los colegas por el olor a cigarrillo en el aula o el uso diario de una campera. Un cóctel que alcanza distintos clímax sobre todo por las noches cuando fuma en el balcón, en la doble cita arreglada por la esposa de su mejor amigo, en los golpes de los patovicas o en un sexo anal urgente, frio, casi mecanizado e insatisfactorio para ambos.
Además, Ignacio Sesma cuela detalles, actitudes y objetos para articular las marcas temporales porque todas son funcionales entre sí. Un presente encarnado en la personalidad espontánea, directa y descontractura de Jazmín, quien puede sonreírle como reflectando cierta luz, opinar sobre sus clases u ofrecerle su ayuda porque no tiene un mejor plan. Ella se convierte en una bocanada de aire fresco frente a lo invariable y a la falta de motivación, como el discurso –un tanto hipócrita– en el cual Leo busca movilizar a los estudiantes para hacer algo antes de que mueran y no permanezcan alienados. El reloj de pulsera también refuerza el ahora ya sea sobre la mesa de luz, entre sus manos o en la única escena donde se lo pone a la vista de los espectadores, como una manera de figurar ese transito cotidiano a veces tan efímero y poco disfrutado.
El futuro se manifiesta hacia el final con el ordenamiento de cosas en el monoambiente, el objeto que lo perturba como nexo directo con esa angustia constante, la posibilidad de conseguir las horas de Literatura Latinoamericana –lo que más le gusta– en la universidad o las lecturas tanto del texto de Jazmín o de un fragmento de Jorge Luis Borges. Entonces, la suspensión en la que se encontraba Leo empieza a resquebrajarse para producir una toma de consciencia. ¿Es eso lo que quiere para sí mismo? ¿La falta de inspiración se convirtió en la nueva excusa para falta de tiempo? ¿Vale la pena el sexo apático? ¿En qué momento vivir de prestado se transformó en una regla en lugar de una opción de emergencia?
Como si se tratara de una tregua, algunos de los planos y tomas del final son un poco más abiertos y claros, una oportunidad para recomponer los tres momentos temporales, aprender a lidiar con los demonios internos y proyectar hacia nuevos horizontes en búsqueda de las ganas de escribir y la motivación así como también para perder el miedo a la incertidumbre, al pasado, al riesgo y a la descreencia en uno mismo. Jazmín lo interpela con el trabajo práctico, donde la lectura de uno y otro se amalgama volviéndolos lo mismo. Porque su escritura despierta el interés aquietado en el interior del hombre y empieza a disolver la pesadez de un pasado eterno para empezar a prestarle atención a los instantes, a los matices del aquí y ahora: “Si hablamos de éxito, nos referimos al fracaso como la contraforma del podio y no como lo que realmente es: un peldaño roto entre otros tantos inmaculados. Cuando pensamos en el futuro nos remitimos al pasado tirando anclas en la gelatina que tenemos por presente hasta que la marea crece y el viento se hace insoportable. Amamos incondicionalmente y nos refugiamos en el infinito y, sin embargo, el tiempo se apodera de nosotros dejando sólo el rastro impregnado en la retina. Creemos ver con claridad cuando es el exceso de luz lo que está alimentando nuestro punto muerto. Ya resulta imposible navegar si es que el faro se ha quedado ciego y, desde entonces, nos tornamos retorcidamente simples y convencidos de que al tiempo se le dará por dejarnos beber su sangre devolviéndonos así el trozo de alma que nos ha arrancado. Pero ahora sólo este momento y nada más”.
Por Brenda Caletti
@117Brenn